Ya comienza la
bajada de las aguas, que aportan un gran beneficio para los agricultores
mesopotámicos y aun así nadie olvida lo que pasó antaño.
Era un día
normal, las aguas habían disminuido dejando a su paso una gran fertilidad.
Darío y su familia vivían en los suburbios de la majestuosa Babilonia, junto a
otros campesinos. Darío era un chico alto, moreno, debido al trabajo bajo el
sol, inteligente y muy avispado. Solía jugar al escondite, a encontrar el
objeto perdido, etc. en sus escasos momentos libres.
Entraba el año
539 a. C.
y la población de Mesopotamia se enfrentaba a un gran problema. El rey persa
Ciro II y su ejército adquiría poder poco a poco y “la tierra entre ríos” era
su siguiente objetivo. Pasaba el tiempo y cada ciudad caía, hasta que Babilonia
lo hizo también. Las guerras dejaron a su paso destrozos desmesurados, familias
muertas, edificios quemados…Darío tampoco tuvo suerte; su padre defendió a la
familia, pero Darío se convirtió en uno de los centenares esclavos de guerra.
Su madre fue violada y asesinada. Darío, sin otra opción, huyó lejos, dejando
atrás su querido hogar.
Poca gente
sobrevivió a la invasión, la mayoría gente importante que pudo huir. El sumo
sacerdote de la capital los reunió a todos detrás del antiguo templo de Marduk.
La gente preguntaba por sus hijos y demás familia, aunque tal vez no los
volverían a ver. Otros reunían alimento. Darío extrajo un poco y lo metió en su
bolsa. Por suerte, pudo huir con su fiel camello Enki, que era lo único que le
quedaba. Él sabía que nunca volvería a ver a su familia pero debía seguir
adelante sin mirar atrás.
El sumo
sacerdote les habló de una antigua profecía: la historia de un hombre que
recogió la esencia de los dos ríos y las guardó en dos tablillas de oro. En
malas manos, estas tablillas podrían destruir muchas cosas. Cada tablilla se
encontraba en cada una de los ríos. Había llegado a oídos del sumo sacerdote
que ya había sido descubierta una de ellas. Sin más dilación, Darío echó unas
pocas más de provisiones en las bolsas del camello y partió en busca de la
segunda tablilla.
Una vez
llegado a la orilla del Tigris, acampó y estudió las formas del río, donde una
tablilla se podía ocultar. Solo quedaba por descubrir aquella tablilla, la del
río Tigris. Pasaba el tiempo y Darío se percató de que algo negro flotaba. Era
una capa militar, “¿de quién sería?”, pensó Darío. Provenía del norte, así que
partió hacia allí.
Al llegar, se
topó con un camello y un hombre que yacía en el suelo. Era el viejo jefe
militar Tamet ¡y estaba agonizando! Antes de dar su último suspiro, le entregó
a Darío un pergamino con una adivinanza en su interior:
Al
mismo tiempo que el perro da tres vueltas antes de echarse, mira tu
espalda, que en nadie hay que asegurarse.
El viejo Tamet
siempre había sido una persona culta y muy inteligente. A Darío no le
resultaría fácil descifrar aquel acertijo. Más tarde, Tamet falleció por
envenenamiento, algo que resultaba extraño…
Darío fue a
visitar a la suma sacerdotisa, que residía en el templo de la diosa Inanna. Era
una mujer guapa, astuta e inteligente. Al llegar, le consultó sobre el
pergamino y ella respondió:
-Tamet está
loco; tíralo, no te servirá de nada.
Y con la duda
Darío fue a la biblioteca. Nada más llegar, se topó con el bibliotecario, un
hombre sabio y culto que cuidaba de la biblioteca. Por el contrario, su hermano
era analfabeto, pero una persona muy fiel y sincera, y dominaba la espada. Darío
preguntó al bibliotecario sobre el pergamino y este salió corriendo como si
tuviera algo que ver con todo aquello.
Darío releyó
el acertijo y entonces se dio cuenta de que solo alguien había permanecido
detrás de él, ¡Enki! Darío fue a comprobar las reservas y, al abrir la bolsa,
se encontró con una gran cantidad de comida envenenada, ese olor la delataba.
Por suerte, no había comido nada.
Darío fue a
ver al hermano del bibliotecario para que lo ayudara a buscarlo, pero, al
llegar, solo quedaba de él su cadáver. Había sido asesinado de la misma forma
que Tamet: envenenado. Tendría que haber sido alguien cercano, ya que no había
ofrecido resistencia alguna y solo su familia conocía dónde residía…
“Todo aquello
le superaba” pensaba Darío. “Detrás, detrás, detrás… se repetía. Acto seguido,
se le ocurrió mirar hacia atrás y ahí se encontraban los despampanantes
Jardines Colgantes de Babilonia, una auténtica maravilla de la arquitectura.
Sin duda alguna decidió ir hacia ellos. Antes de entrar, Darío ideó un plan
para evitar la guardia persa. Sorprendentemente, consiguió esquivar su defensa
y, una vez dentro, vio un patio circular con dos puertas.
-En el texto se
menciona el número tres pero… ¿Tendrá relación con este lugar? ¿Cómo consiguió
Tamet tanta información?- se preguntó el joven.
Dio cinco vueltas
y aun así no encontró nada en aquel patio. Darío se sentó al lado de una pared
a calmarse y pensar.
-¿Dónde estará
la tercera puerta? -gritó.
Sin darse
cuenta, se apoyó en un ladrillo que actuaba como palanca, que abrió el paso a
una habitación oculta muy lujosa y con dos pergaminos firmados.
Acto seguido,
tropezó torpemente dejando caer del revés el pergamino que le había dado Tamet.
Este desveló otro mensaje oculto:
Huye
tú que puedes, nunca se detendrá hasta que las encuentre. Si me encuentra, me
matará y hará lo mismo con quien lo obstaculice.
TAMET
-¿Qué querría
decir con esto? ¿Quién buscaría las tablillas? Tantas preguntas y ninguna
respuesta” -exclamó.
-Darío se
acercó a los dos pergaminos que había encontrado sobre la mesa: El primero
contenía la fórmula de la comida envenenada y el segundo un contrato de la
llave de Babilonia.
-¿Alguien nos ha traicionado? ¡No puede ser!
-gritó Darío furioso.
De repente, un
hombre entró en la habitación. Darío consiguió esconderse pero no reconoció
quién era. Darío asomó la cabeza y pudo distinguir una vestimenta militar; ¿sería
Sargón?” Sargón era el nuevo jefe militar tras el asesinato de Tamet. Nada más
irse, Darío corrió hacia el templo donde estaban los sumos sacerdotes.
Una vez
dentro, miró a los lados y comprobó que no había nadie. Levantó la cortina que
cubría una escultura enorme. Era una estatua de Sargón con el rey persa.
“¿Tendrán algo que ver ellos dos con todo esto? Acto seguido, Darío volvió a
tropezar tontamente, cuando vio que se encontraba al pie de unas escaleras.
Bajó por ellas y llegó a una sala llena de estanterías.
Darío se
acercó a una tablilla donde traía que se le consideraba un ladrón y asesino
-¿Quién habrá
falsificado eso? -exclamó muy furioso.
De repente,
sintió unos pasos que venían hacia él. Su túnica roja, sus atributos religiosos
y su cetro ceremonial delataban al personaje.
-¿Por qué lo has
hecho? ¿Qué quieres conseguir?- le reprochó Darío
-Con la ayuda
del ejército persa, el Mediterráneo será mío-sentenció.
-¿Hacía falta
que les arrebataras la vida?-preguntó Darío.
-Obstaculizaron
mi camino, ¡y tú tendrás el mismo final!
Antes de que
su afilada espada atravesara el cuerpo de Darío, un brazo muy fuerte que salió
de un pequeño túnel a ras del suelo, lo agarró y lo salvó de una muerte segura.
Era un brazo parecido al de su… ¿padre?
Sin embargo,
su malvada presencia seguía ahí y el destino de Mesopotamia también.
Matías Andrés Chacana.
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