"LLa lengua nace con el pueblo; que vuelva a él, que se funda con él, porque el pueblo es el verdadero dueño de la lengua". Miguel Delibes a lengua nace con el pueblo; que vuelva a él, que se funda con él, porque el pueblo es el verdadero dueño de la lengua". Miguel Delibes

lunes, 14 de mayo de 2018

LA PROFECÍA DE LAS AGUAS

  Ya comienza la bajada de las aguas, que aportan un gran beneficio para los agricultores mesopotámicos y aun así nadie olvida lo que pasó antaño.
    Era un día normal, las aguas habían disminuido dejando a su paso una gran fertilidad. Darío y su familia vivían en los suburbios de la majestuosa Babilonia, junto a otros campesinos. Darío era un chico alto, moreno, debido al trabajo bajo el sol, inteligente y muy avispado. Solía jugar al escondite, a encontrar el objeto perdido, etc. en sus escasos momentos libres.
     Entraba el año 539 a. C. y la población de Mesopotamia se enfrentaba a un gran problema. El rey persa Ciro II y su ejército adquiría poder poco a poco y “la tierra entre ríos” era su siguiente objetivo. Pasaba el tiempo y cada ciudad caía, hasta que Babilonia lo hizo también. Las guerras dejaron a su paso destrozos desmesurados, familias muertas, edificios quemados…Darío tampoco tuvo suerte; su padre defendió a la familia, pero Darío se convirtió en uno de los centenares esclavos de guerra. Su madre fue violada y asesinada. Darío, sin otra opción, huyó lejos, dejando atrás su querido hogar.

     Poca gente sobrevivió a la invasión, la mayoría gente importante que pudo huir. El sumo sacerdote de la capital los reunió a todos detrás del antiguo templo de Marduk. La gente preguntaba por sus hijos y demás familia, aunque tal vez no los volverían a ver. Otros reunían alimento. Darío extrajo un poco y lo metió en su bolsa. Por suerte, pudo huir con su fiel camello Enki, que era lo único que le quedaba. Él sabía que nunca volvería a ver a su familia pero debía seguir adelante sin mirar atrás.

     El sumo sacerdote les habló de una antigua profecía: la historia de un hombre que recogió la esencia de los dos ríos y las guardó en dos tablillas de oro. En malas manos, estas tablillas podrían destruir muchas cosas. Cada tablilla se encontraba en cada una de los ríos. Había llegado a oídos del sumo sacerdote que ya había sido descubierta una de ellas. Sin más dilación, Darío echó unas pocas más de provisiones en las bolsas del camello y partió en busca de la segunda tablilla.

     Una vez llegado a la orilla del Tigris, acampó y estudió las formas del río, donde una tablilla se podía ocultar. Solo quedaba por descubrir aquella tablilla, la del río Tigris. Pasaba el tiempo y Darío se percató de que algo negro flotaba. Era una capa militar, “¿de quién sería?”, pensó Darío. Provenía del norte, así que partió hacia allí.

     Al llegar, se topó con un camello y un hombre que yacía en el suelo. Era el viejo jefe militar Tamet ¡y estaba agonizando! Antes de dar su último suspiro, le entregó a Darío un pergamino con una adivinanza en su interior:

Al mismo tiempo que el perro da tres vueltas antes de echarse, mira tu espalda, que en nadie hay que asegurarse.

     El viejo Tamet siempre había sido una persona culta y muy inteligente. A Darío no le resultaría fácil descifrar aquel acertijo. Más tarde, Tamet falleció por envenenamiento, algo que resultaba extraño…

     Darío fue a visitar a la suma sacerdotisa, que residía en el templo de la diosa Inanna. Era una mujer guapa, astuta e inteligente. Al llegar, le consultó sobre el pergamino y ella respondió:

    -Tamet está loco; tíralo, no te servirá de nada.

     Y con la duda Darío fue a la biblioteca. Nada más llegar, se topó con el bibliotecario, un hombre sabio y culto que cuidaba de la biblioteca. Por el contrario, su hermano era analfabeto, pero una persona muy fiel y sincera, y dominaba la espada. Darío preguntó al bibliotecario sobre el pergamino y este salió corriendo como si tuviera algo que ver con todo aquello.

     Darío releyó el acertijo y entonces se dio cuenta de que solo alguien había permanecido detrás de él, ¡Enki! Darío fue a comprobar las reservas y, al abrir la bolsa, se encontró con una gran cantidad de comida envenenada, ese olor la delataba. Por suerte, no había comido nada.

     Darío fue a ver al hermano del bibliotecario para que lo ayudara a buscarlo, pero, al llegar, solo quedaba de él su cadáver. Había sido asesinado de la misma forma que Tamet: envenenado. Tendría que haber sido alguien cercano, ya que no había ofrecido resistencia alguna y solo su familia conocía dónde residía…

     “Todo aquello le superaba” pensaba Darío. “Detrás, detrás, detrás… se repetía. Acto seguido, se le ocurrió mirar hacia atrás y ahí se encontraban los despampanantes Jardines Colgantes de Babilonia, una auténtica maravilla de la arquitectura. Sin duda alguna decidió ir hacia ellos. Antes de entrar, Darío ideó un plan para evitar la guardia persa. Sorprendentemente, consiguió esquivar su defensa y, una vez dentro, vio un patio circular con dos puertas.

    -En el texto se menciona el número tres pero… ¿Tendrá relación con este lugar? ¿Cómo consiguió Tamet tanta información?- se preguntó el joven.                                

     Dio cinco vueltas y aun así no encontró nada en aquel patio. Darío se sentó al lado de una pared a calmarse y pensar.

    -¿Dónde estará la tercera puerta? -gritó.

     Sin darse cuenta, se apoyó en un ladrillo que actuaba como palanca, que abrió el paso a una habitación oculta muy lujosa y con dos pergaminos firmados.

     Acto seguido, tropezó torpemente dejando caer del revés el pergamino que le había dado Tamet. Este desveló otro mensaje oculto:

Huye tú que puedes, nunca se detendrá hasta que las encuentre. Si me encuentra, me matará y hará lo mismo con quien lo obstaculice.

                                                                                     TAMET

    -¿Qué querría decir con esto? ¿Quién buscaría las tablillas? Tantas preguntas y ninguna respuesta” -exclamó.

     -Darío se acercó a los dos pergaminos que había encontrado sobre la mesa: El primero contenía la fórmula de la comida envenenada y el segundo un contrato de la llave de Babilonia.

    -¿Alguien nos ha traicionado? ¡No puede ser! -gritó Darío furioso.

     De repente, un hombre entró en la habitación. Darío consiguió esconderse pero no reconoció quién era. Darío asomó la cabeza y pudo distinguir una vestimenta militar; ¿sería Sargón?” Sargón era el nuevo jefe militar tras el asesinato de Tamet. Nada más irse, Darío corrió hacia el templo donde estaban los sumos sacerdotes.

     Una vez dentro, miró a los lados y comprobó que no había nadie. Levantó la cortina que cubría una escultura enorme. Era una estatua de Sargón con el rey persa. “¿Tendrán algo que ver ellos dos con todo esto? Acto seguido, Darío volvió a tropezar tontamente, cuando vio que se encontraba al pie de unas escaleras. Bajó por ellas y llegó a una sala llena de estanterías.

     Darío se acercó a una tablilla donde traía que se le consideraba un ladrón y asesino

    -¿Quién habrá falsificado eso? -exclamó muy furioso.

     De repente, sintió unos pasos que venían hacia él. Su túnica roja, sus atributos religiosos y su cetro ceremonial delataban al personaje.

    -¿Por qué lo has hecho? ¿Qué quieres conseguir?- le reprochó Darío

    -Con la ayuda del ejército persa, el Mediterráneo será mío-sentenció.

    -¿Hacía falta que les arrebataras la vida?-preguntó Darío.

    -Obstaculizaron mi camino, ¡y tú tendrás el mismo final!

     Antes de que su afilada espada atravesara el cuerpo de Darío, un brazo muy fuerte que salió de un pequeño túnel a ras del suelo, lo agarró y lo salvó de una muerte segura. Era un brazo parecido al de su… ¿padre?

     Sin embargo, su malvada presencia seguía ahí y el destino de Mesopotamia también.

Matías Andrés Chacana. 
1º A de ESO.

Prof. Noemí González García


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