Una
mañana soleada de mediados de abril, mientras yo estaba desayunando, llamaron a
mi madre debido a que se había cometido un asesinato, pues ella es criminóloga,
y al colgar parecía bastante afectada. Mi madre me dijo que habían encontrado
un coche azul en cuyo interior se hallaba un cadáver.
Me
llamo Clarke, tengo 17 años y me encanta la investigación, al igual que a mi
madre. Mis padres están divorciados y tengo que pasar un mes con cada uno. Este
mes me ha tocado quedarme con mi madre.
Hoy
mi madre me ha dejado ir con ella al trabajo, que es algo muy raro. ¿Habrá sido
por algo que le han dicho por teléfono? Bueno, lo que espero es que no me
afecte a mí o a mi familia.
Cuando llegamos al escenario del crimen el compañero de mi madre,
Marcus, hizo una pregunta que pude oír debido a que Marcus no se le da muy bien
susurrar.
-¿Cree usted que su hija está preparada? -le preguntó Marcus a mi madre.
-No,
pero se tendrá que enterar tarde o temprano.
Marcus se acercó y me contó quién era la víctima. Al enterarme, lloré y
fui corriendo hacia mi madre para que ella me consolara. La víctima había sido
el hermano pequeño de mi madre, mi tío John Álvarez.
Después de haber llorado un rato, me tiré en el suelo desconsolada y vi
otro cuerpo. Pegué un grito, no porque fuera el cuerpo de una persona muerta,
sino porque era el cuerpo de Clarisa, la esposa de mi tío.
-¡Mamá,
-grité con todas mis fuerzas para que mi madre y todos me oyeran -es Clarisa!
Unas
horas más tarde, en el departamento de policía, mi madre me dio una mascarilla
blanca y una bata azul celeste. Mi sueño, por fin, hecho realidad. Iba a poder
entrar en la sala de autopsias.
Roberto, el forense, nos enseñó los cuerpos y nos dijo la causa de la
muerte, aunque para ser sincera era bastante obvio que habían muerto por un
disparo en la cabeza. Pero a Clarisa también le habían disparado en la pierna.
Marcus me dijo que llamara a los hijos de
mis tíos y, al ver que no contestaban, me ordenó que les contase todo lo que
sabía de ellos. Les dije que el mayor se llamaba Héctor y tenía mi misma edad y
que la pequeña se llamaba Alexis y tenía 12 años. Ambos eran muy buenos y formales,
ni salían a la calle con desconocidos ni hacían cosas malas.
Mientras
yo le estaba contando todo esto a Marcus, mi madre se había ido a casa de mis
tíos. Cuando ya estábamos a punto de terminar el interrogatorio, mi madre
apareció y, al verme allí metida, entró y le dijo a Marcus que me dejara
tranquila. Al salir, mi madre y Marcus se quedaron discutiendo.
Cuando por fin habían acabado de discutir, la investigadora Aida les
dijo que habían encontrado algo.
-Los
Álvarez eran médicos en un centro psiquiátrico. ¿No es así?
-Así
es -confirmó mi madre.
-El
asesino puede haber sido alguien que estuviera al cuidado de los señores
Álvarez o algún familiar descontento -dedujo Marcus.
-Así
es, pero tenemos un pequeño problema para poder averiguarlo -informó Aida-. Al
igual que en otros muchos casos, hay demasiada gente en la lista de posibles
culpables.
Mientras mi madre y los demás estaban hablando de todo ese asunto, Roberto
nos informó de que la bala que había matado a mi tío era de 12 milímetros pero
las balas de mi tía eran de 9 milímetros. Todo eso era muy importante porque
eso quería decir que a mi tío le dispararon con un rifle a larga distancia,
pero a mi tía la mataron con un revólver a corta distancia.
Aida
me pidió ayuda para que fuese con ella a buscar a una pareja de la lista de
sospechosos. No me podía creer todo lo que me estaba pasando en un mismo día, y
sabía que no iba a ser solo aquel día, sino que al día siguiente y puede que al
siguiente también siguiéramos investigando quiénes eran los asesinos hasta
encontrarlos.
Al
acabar de investigar a la mitad de los sospechosos, mi madre y yo nos fuimos a
casa a descansar para lo que nos estaría esperando al día siguiente. Al llegar a
casa, mi madre parecía muy triste, así que me dio las buenas noches y se fue a
la cama. «Espero que mañana esté mejor y más alegre», pensé.
A la
mañana siguiente, cuando me desperté, me encontraba sola en casa, mi madre no
estaba. Era muy extraño, porque a mi madre no le suele gustar que esté sola en
casa, normalmente suele buscar a alguien para que me cuide. Me vestí rápidamente
para ir al trabajo de mi madre, sin embargo, la puerta estaba cerrada y no
encontraba mis llaves ni mi teléfono por ninguna parte. Tal vez mi madre se lo había
llevado para que no pudiera salir. Pensé en salir por la ventana pero tengo
vértigo y vivo en un tercero.
Después de darle vueltas a la cabeza pensando
en cómo poder salir de allí, se me ocurrió una cosa un poco brusca, romper la
puerta a golpes. Y después de darle con todas mis fuerzas, al fin lo conseguí y
fui corriendo hasta el trabajo de mi madre.
Cuando por fin llegué allí, no había nadie. ¿Dónde se habían metido? Me llamó la atención algo situado en la
pizarra donde ponen las pistas. Se trataba de una nota amarilla escrita con
tinta roja. La nota decía lo siguiente:
“No
queremos que los niños sufran pero alguien debe pagar por lo que le hicieron a
nuestra hija. Si quieren recuperarlos, entréguennos a todos los familiares
mayores de 18 años de los padres de estos niños. De lo contrario, estos niños sufrirán
la misma suerte que nuestra hija. Les estaremos
esperando en la C/Flor a las 10:30 de la mañana.
P.D.: Vengan sin armas o ambos morirán”.
Eso
significaba que querían matar a mi madre. Miré el reloj y eran las 10:15, no
podría llegar hasta la C/Flor a tiempo. Corrí lo más rápido que pude pero
estaba tan asustada por perder a mi madre que, quisiera o no, me ralentizaba.
Ya
eran las 10:30 y mi madre no estaba allí. Tenía la esperanza de que no le
hubiese pasado nada malo y que estuviera tras otras pistas o yendo a casa.
Volví a casa pero mi madre no estaba allí. No dejaba de preguntarme
dónde podría estar. Si no estaba ni en la C/Flor, ni en el trabajo, ni en casa,
¿dónde estaba? Solo quedaban tres sitios en los que podría estar: en el
escenario del crimen, en el hospital o en algún lugar junto con los asesinos de
mis tíos.
Lo
primero que hice fue intentar arreglar la puerta, cosa que me llevó casi media
hora, y cuando conseguí por fin arreglarla me dirigí hacia el hospital. Como me
sentía tan cansada, cogí un taxi para que me llevase hasta allí.
Cuando llegué, vi a mi madre junto a los demás. Fui corriendo hacia ella
sin detenerme y, al verme, se quedó pasmada. Tal vez pensaba que yo seguía
encerrada en casa. No le salían las palabras.
Cuando llegamos al departamento de policía todos se pusieron a buscar
información. Yo no sabía adónde ir ni qué hacer, así que le pregunté a uno de
los investigadores si podía saber qué estaban buscando. Me dijeron que creían
saber quiénes eran los asesinos. Ya
sabían quién era la niña enferma al cuidado de mis tíos que había muerto
recientemente. Solo les faltaba saber dónde se encontraban los padres de esa
niña y dónde tenían retenidos a mis primos.
Después
de un tiempo, consiguieron averiguarlo. Al leer informes sobre esas personas,
vi un apartado que explicaba la causa de la muerte de aquella niña. Lo que le
había sucedido era muy trágico. Al parecer, la niña, que no tenía más de 12
años, en un momento en el que mis tíos se habían ido, cogió aguja e hilo y se
cosió la boca y los dos ojos. Cuando mis tíos volvieron, ya era demasiado
tarde, estaba muerta.
Mi madre parecía muy alterada. Una inspectora
le preguntó qué pasaba. Dijo que los asesinos la habían llamado y le habían
advertido de que, si no estaba en la C/Bermúdez antes de medianoche, Héctor y Alexis morirían. Mi madre
habló tan rápido que era difícil entenderla.
Seguro
que todo era una trampa, además ¿es que pensaban dejar que la policía les
atrapase así como así? Le dije a mi madre lo que pensaba y me pidió que la acompañase.
Era muy raro, ella siempre piensa las cosas dos veces antes de hacerlas, pero
esta vez lo hizo sin pensarla apenas una vez.
Por
fin llegamos al lugar indicado y en breves instantes se vieron sombras. Al fin
se les distinguió la cara, eran los asesinos, pero ¿y mis primos?
Mi
madre pidió refuerzos para arrestar a esas personas, mientras yo estaba
buscando a Héctor y Alexis. Al encontrarlos, estaban atados uno al otro sin
poder moverse. Héctor estaba mirando hacia mí con un trapo en la boca, a la vez
que estaba llorando. Antes de desatar a mi primo quería ver a mi prima, que
estaba de espaldas a Héctor. Al verla, yo también me puse a llorar. Le había
pasado lo que yo me suponía. Le habían pintado la boca y los ojos con trazos
negros, como si fueran puntadas de costura, como si fuera el patrón que iban a
seguir para coserla, tal y como su hija se había hecho a sí misma. Menos mal
que llegamos a tiempo para salvarla.
Los demás investigadores y policías, al
verme en el suelo llorando y abrazando a mis primos, me separaron de ellos para
poder desatarlos y para que fueran atendidos en la ambulancia que acababa de
llegar.
De
este modo acaba esta historia en la que todos y todas hemos sufrido mucho por
causa de una venganza. Os preguntaréis qué pasó con los asesinos. Bueno, tienen
que cumplir cadena perpetua en le cárcel por el asesinato de dos personas
inocentes. La maldad y la violencia nunca son buenas compañeras, así que ya
sabéis, si sentís ganas de venganza, pensadlo dos veces antes de llevarla a
cabo.
Paula
Flores García.
1º A de ESO
1º A de ESO
Prof. Noemí González García
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