Carlos llegó a su
oficina en el banco como todas las mañanas, sobre las ocho; le gustaba llegar
el primero y tener todo preparado para cuando llegasen sus clientes. Todo
estaba en orden, pulsó el código de la alarma y entró, se preparó un café y se
dispuso a ordenar papeles que le habían quedado pendientes antes de comenzar
los cuatro días de vacaciones de Semana Santa.
Poco a poco fueron llegando todos los empleados y poco
después de las nueve entró el primer cliente, que venía a recoger una
importante cantidad de dinero. Manuel, que era el empleado que atendía el
mostrador en ese momento, fue hasta la caja fuerte y metió la combinación para
activar el sistema de apertura. Este se quedó pálido cuando vio que la caja
estaba vacía, no había rastro de los miles de euros que habían quedado allí la
semana anterior. Rápidamente corrió al despacho del director y le contó como
pudo lo que acababa de ver con sus propios ojos. Carlos se levantó de la silla
sin esperar ni un minuto y se fue directo a la caja fuerte. ¿Cómo era posible?
Las puertas no estaban forzadas, la alarma no había saltado y todo estaba
exactamente igual que lo habían dejado. No daba crédito, menudo lío tenía
encima.
Hizo una llamada de teléfono y enseguida llegaron sus
superiores con la policía. El inspector Arias se hizo cargo de la
investigación, empezó a interrogar a todos los empleados y a tomar huellas de
todo lo que rodeaba la caja fuerte para intentar descifrar aquel misterio. Puso
mucho empeño y durante varios días dedicaba montones de horas a intentar
encontrar alguna pista, pero los días pasaban y no conseguía avanzar ni un solo
paso. Menudo desastre, él, que siempre había resuelto todos los casos que le
daban sin mayor problema, se empezaba a desesperar y creía que no iba a ser
capaz de resolver la desaparición del dinero.
Al cabo de unos días, cuando ya había tirado la toalla,
se le ocurrió que a lo mejor no había entrado nadie en el banco, sino que se
habían llevado el dinero desde dentro. Se fue corriendo hasta el banco y pidió
permiso al director para inspeccionar la caja fuerte otra vez. La examinó muy
bien y en la parte de abajo, en una esquinita, descubrió un pequeño agujero. Evidentemente
nadie podría haber entrado por allí, era imposible, pero el inspector decidió
desmontar la caja por aquella esquina. Vinieron los trabajadores del banco
especializados en ese trabajo y fueron desmontando la caja tornillo a tornillo
y chapa a chapa.
Lo que descubrieron los dejó a todos asombrados. En una
de las paredes del banco, se había instalado una familia de ratoncitos y habían
hecho su nido con todos los billetes que habían robado de la caja. Parecía
increíble que hubieran trabajado tantísimo en solo cuatro días,
pero así era. Y al inspector Arias siguió sin resistírsele ningún caso.
Pelayo Porrón Uría.
1º A de ESO.
Prof. Noemí González García
Prof. Noemí González García
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