Voy a contaros la historia más
triste jamás contada...
En un humilde barrio al sur de Nueva
York, vivía la familia Wilson: el padre, la madre, dos hijos y una tía de
estos. Eran muy pobres y apenas tenían para comer. El padre trabajaba de vez en
cuando recogiendo cartones y vendiéndolos por unos pocos centavos. Pero esto
sería por poco tiempo, él sabía que tenía una enfermedad terminal y que solo
viviría tres meses más. Quiso ocultárselo a la familia para que no sufriera.
Los niños, de 7 y 10 años, apenas
asistían al colegio. En ocasiones ayudaban a su padre a recoger cartones para
así poder llevarse algo a la boca. Su madre llevaba años postrada en una cama a
causa de un accidente. La tía era quien cuidaba de ellos.
Pasaron los meses y el padre
falleció. La tía se hizo cargo de todo, pero comenzó a cansarse y maltrataba a
los niños y los obligaba a ir a pedir limosna para que así ella tuviera una
vida más cómoda. Los niños recibían continuas palizas. En una ocasión, el menor
de los hermanos recibió tal brutal paliza que le partió los huesos de una mano.
Ella los tenía como esclavos. No se atrevían a denunciarla por miedo a que los
alejaran de su madre.
De vez en cuando los visitaba una
amiga de la familia. Ella se dio cuenta de la situación que vivían los niños y
decidió denunciarla a las autoridades. Estas tomaron cartas en el asunto y los
niños fueron llevados a un centro de acogida.
Allí vivieron unos dos años hasta
que fueron adoptados por una familia rica. Pero aun así los niños no eran
felices porque los habían separado de su madre.
Un día cualquiera, cuando iban al
colegio, el hermano mayor se separó de sus compañeros para ir a visitar a su
madre. Al llegar a su antiguo hogar, lo vio todo desarmado. Preguntó a un
vecino y este le dijo que su madre había fallecido meses atrás y que su tía
había sido condenada a cadena perpetua por el asesinato de un antiguo novio.
Lucía Fernández, 1º ESO A
Prof. Noemí González
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