Voy a contar la historia más triste jamás
contada, que por desgracia poco a poco está siendo olvidada.
Había una vez un joven llamado Tom, que
vivía en Nueva York con su padre y su hermana pequeña. Su madre había fallecido
cuando Tom solo tenía seis años y su hermanita, Sarah, dos. A Tom ya no le
quedaban apenas recuerdos de su madre, porque habían pasado ya ocho años desde
su muerte, y solo conservaba de ella su diario. Su padre se había desecho de
todas las fotos y objetos de su madre, como si quisiera olvidarla. Parecía que
todo el mundo quería olvidarla, hasta los abuelos.
Tom no soportaba pensar que algún día se
le olvidaría su cara, sus delicadas manos, y es que nadie se imagina despertar
un día y que su madre ya no esté, o tener que irse a la cama y que su querida
madre no le dé las buenas noches…A él no le hacía falta imaginar nada.
Echaba de menos a una madre que le riñera,
que le protegiera, que le aconsejara, que le abrazase, pero sobre todo a una
madre que le quisiera. También le daba pena pensar que nunca le podría ver
triunfar o fracasar, nunca le había podido felicitar por sacar buena nota en un
examen o echar la bronca por sacar una mala…nunca había podido hacer nada de
eso ni tampoco lo podría hacer, porque, simplemente no estaba. Todos los días
se preguntaba qué habría hecho para merecer aquello, porque ni el peor de los
asesinos se merece perder a su madre.
Tom sentía odio hacia su padre. Sabía que
no tenía la culpa de la muerte de su madre, pero sí la tenía de haberse
olvidado de ella y convencer a todo el mundo para que la olvidara, pero a Tom
no le iba a convencer, él siempre iba a
recordar a su madre, porque la amaba, y a un ser querido no se le puede olvidar
así como así. También le odiaba porque nunca les dedicaba el tiempo suficiente
ni a él ni a Sarah, siempre estaba ocupado con su trabajo, con sus viajes y con
su estúpida amiguita Katherin. A Katherin no le gustaban los niños y les hacía
la vida imposible a Tom y a Sarah. Su padre prefería pasar tiempo con su novia
a pasarlo con sus hijos y Tom siempre le echaba en cara estas cosas a su padre
el poco tiempo que estaban juntos. Tom no lograba entender cómo alguien puede
preferir a su novia antes que a sus propios hijos, ni cómo te puedes olvidar de
la mujer con la que tantos años has convivido y a la que tanto has amado.
A
lo mejor por eso Tom quería tanto a su hermana, porque él sentía que era lo
único que tenía, era lo único a lo que podía aferrarse. Tom solo confiaba en
ella y la quería más que a nadie en este mundo, era la niña de sus ojos y la
que le daba sentido a sus días; para él lo primero era su hermana y luego todo lo
demás. Y a Sarah le pasaba lo mismo con su hermano, ya que para ella el papel
de madre y el de padre solo lo había ejercido Tom, él era el que siempre había
estado ahí. Pasase lo que pasase, siempre estaban el uno para el otro.
La vida de este pobre niño no parecía lo
suficientemente triste, ya que las desgracias llegaban una tras otra. En el
mismo año Tom perdió a tres de sus seres queridos. Su mejor amigo, Jack, con el
que tantas cosas había vivido, se marchó a vivir al extranjero. Su novia Jessy,
con la que ya llevaba ocho meses saliendo, quiso darle un tiempo a la relación,
pero Tom sabía perfectamente que no iban a volver a salir juntos. Pero
esto no era nada comparado con lo que le quedaba por vivir al pobre muchacho.
La tercera pérdida de ese año fue la
peor y la más dolorosa.
Todo comenzó un día normal. Tom y Sarah
volvían a casa en coche con su padre. Como siempre, Tom y su padre iban
discutiendo. Sarah, harta, gritó “Dejadlo ya”. Su padre se dio la vuelta para
mirarla y le dijo que tenía razón. Mientras su padre estaba mirando hacia Sarah,
un autobús chocó contra ellos. Lo último que Tom vio fue las luces del autobús,
luego empezó a verlo todo oscuro y, de
repente, una luz blanca y cegadora lo deslumbró. Entre tanta luz, Tom pudo
distinguir una figura humana que le habló: “No, mi amor, no puedes venir tú
también, quédate”. A Tom le resultaba muy familiar aquella voz que proseguía
diciendo: “No, cariño, por favor, aún no, todavía te queda mucho, es demasiado
pronto”. Tom abrió los ojos; había muchos médicos y mucho ruido. Tom se despertó
de nuevo, pero esta vez estaba en el hospital. Intentó levantarse, pero una
enfermera se lo impidió, entonces lo único que se le ocurrió fue gritar
“¡Sarah, Sarah!, ¿dónde estás, canija? ¡Sarah!” En ese momento su padre entró
corriendo en la habitación. Tom estaba atónito, su padre le abrazó y se puso a
llorar. Tom nunca había visto llorar a su padre, ni siquiera por la muerte de
su madre. No hizo falta que su padre dijera nada, solo con su mirada Tom
comprendió lo que había pasado.
Los días pasaban, pero a Tom se le hacían
eternos. Su vida había perdido todo el sentido, su corazón latía sin fuerzas, sentía
que por sus venas corrían lágrimas, no sangre. Solo era capaz de llorar y de
recordar, en su cabeza solo conseguía oír la dulce voz de su hermana, se miraba
al espejo y veía el rostro de Sarah. Entrar en el que había su cuarto era
horrible para él, esa habitación guardaba tantos momentos vividos por los dos
que ahora tan solo eran recuerdos…
Tom no era capaz de mirar a su padre, él tenía
la culpa de lo sucedido, él le había arrebatado lo que más quería en el mundo,
a su hermana. Dos meses atrás, Tom habría dicho que perder a su madre había
sido lo peor que le había pasado en la vida, pero ahora contestaría que lo peor
que le había pasado había sido la muerte de su hermana. A su madre la echaba de
menos y la quería con locura, pero no recordaba haberlo pasado mal por su
muerte, ya que él era un niño y no era consciente de lo que pasaba, pero ahora
sí lo era y sabía lo que le había pasado a su hermana. La añoraba, la pensaba,
la recordaba…pero no la tenía a su lado. Hasta ahora Tom había afrontado los
problemas porque Sarah le apoyaba, pero ahora no tenía a nadie. Ahora
vivía en un mundo gris y cada día se le agotaban más y más las ganas de vivir.
Tom le daba vueltas a la voz que había
oído, esa voz le resultaba muy familiar, sabía que no era la primera vez que la
escuchaba, pero no recordaba dónde ni cuándo la había oído. Al final Tom se fue
a vivir a Argentina con su tía. No podía seguir viviendo con ese hombre al que
se sentía obligado a llamar padre.
Ya había pasado un año entero de soledad,
tristeza y amargura desde el accidente. Tom estaba harto de todo y de todos. Quedaba
poco para el cumpleaños de Sarah; no quería que llegase ese día, pues no iba a
saber cómo afrontarlo. Tom había tomado una decisión; no iba a seguir viviendo,
al menos no en este mundo donde sentía que nadie le quería.
Tom se aseguró de que su tía estaba en el
salón, se fue a la cocina y cogió un cuchillo. Entró en su cuarto y sacó una
caja que tenía debajo de su cama, bien escondida. La abrió y sacó de su
interior el diario de su madre, el peluche con el que siempre dormía Sarah y
una foto de la familia al completo (Tom, su madre, su padre y Sarah) que había
encontrado recientemente rebuscando en la habitación de su tía.
Tom comenzó a repasar todo lo malo que
había hecho durante toda su vida. Sabía que había sido algo injusto con su
padre, ya que tenía la culpa de muchas cosas, pero no de la muerte de Sarah. Sabía
que su padre se sentía culpable y, aun así, día tras día Tom le decía que era
un asesino. También recordaba lo cruel que había sido en su instituto de Nueva
York; sentía un gran vacío por la falta de cariño, que llenaba metiéndose con
varios de sus compañeros.
Lo único que se le ocurrió fue mandar un
mensaje de disculpa a todas esas personas, inclusive a su padre. Pero luego, cogió
el cuchillo y apretó su muñeca contra él. Se hizo una herida que sangraba mucho
y se puso a llorar, pero no por el dolor, lloraba porque añoraba los viejos
tiempos cuando todo era más fácil, cuando estaban todos juntos.
Empezó a verlo todo borroso y luego todo
oscuro; de pronto un brillo cegador le deslumbró. Volvió a distinguir una
figura humana que le habló con la misma voz que la del día del accidente. Pero esta
vez había algo nuevo, aquella figura llevaba cogida de la mano a una sombra más
pequeñita.
–¿Por qué, mi amor?– preguntó la sombra más
grande con un tono algo tristón. –¡Tom, Tom, Tom!– gritó la sombra pequeña
ilusionada.
Pero Tom sí que reconoció esa voz, la
identificaría siempre, era la voz de Sarah. Tom comenzó a llorar y a gritar,
corrió hacia su hermana para abrazarla, pero la sombra grande se lo impidió.
–No, me niego, no
puedes venir tú también– dijo llorando la sombra.
–¿Por qué no…
mamá?– preguntó Tom sorprendido y recordando de quién era la voz–. ¿Por qué
aceptas a Sarah y a mí no?– insistió Tom. No daba crédito, no entendía por qué
su madre no le dejaba ir.
–Mi amor, si te
dejo venir, habrás perdido esta batalla y no lograrás nada- dijo su madre.
–No, si no voy,
habré perdido, pero la guerra; ir contigo y con Sarah será la mejor victoria
para mí.
Su madre
finalmente aceptó y los tres se fueron juntos de la mano. Quizás algún día su
padre también se reuniría con ellos.
En el móvil de Tom…
Nuevo mensaje de Papá: No tienes que pedir perdón por nada, hijo mío,
entiendo tu dolor. He sido un mal padre, tendría que haberos antepuesto a ti y
a Sarah antes que a Katherin. Nunca he llegado a olvidar a tu madre, pero pensé
que escondiendo sus cosas os sentiríais mejor, mi intención nunca fue que os
olvidarais de ella. Empecé a salir con Katherin porque pensé que necesitaríais
amor maternal, pero nunca será igual que vuestra maravillosa madre, nadie la va
a sustituir nunca porque madre solamente hay una. No sabes cuánto me
arrepiento. He hecho muchas cosas mal y quizás sea un poco tarde para pedir
perdón, pero lo siento, lo siento mucho, cariño. Eres mi hijo y ahora solo me
quedas tú, no podría soportar perderte a ti también, mi vida. Katherin y yo nos
hemos dado un tiempo. ¿Qué te parece si vuelves a casa conmigo? Seremos solo tú
y yo.
Por favor, piénsatelo. Te echo mucho de menos. Si vuelves conmigo, te
prometo que las cosas serán distintas.
Luego hablamos, te quiero.
Tom nunca llegó a leer ese mensaje. Si su padre lo
hubiera escrito tan solo cinco minutos antes, quizás Tom seguiría con vida. Tom
pensaba que nadie le quería, pero su padre le amaba aunque no se lo hubiese
demostrado.
Tom vivía ahora feliz, pero…¿y su padre?
Eso es otra
historia…
Naiara Álvarez
González, 1º ESO A
Prof. Noemí González
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