Voy a contaros la historia más triste jamás
contada…
En las montañas de Asturias hay un pueblo
llamado Lumarpa. Es un pueblo pequeño con tan solo cinco casas habitadas,
algunas viejas cuadras y un par de hórreos destartalados, rodeado por un frondoso
bosque de pinos, abetos y muchos prados.
Es muy difícil llegar a Lumarpa, la
carretera tiene muchas curvas y baches; sin embargo, en verano merece la pena
ir a verlo porque es un pueblo muy bello en plena naturaleza.
Maya y Mateo viven en este pueblo junto con
sus padres, Jesús y Mónica. Maya es una niña de 12 años, alta y delgada, con un
rostro ovalado, de ojos oscuros y pelo negro. Es muy inteligente y vivaracha y
siempre cuida de su hermanito pequeño. Mateo tiene 4 años, es bajito y delgado,
con un rostro redondito, de ojos azules y con el pelo castaño. Es muy travieso
y siempre está metiéndose en líos. Sus padres trabajan en una farmacia en la
pequeña ciudad de San Flor, que se encuentra a 30 km de Lumarpa.
Pablo y Lucas son sus vecinos más próximos,
tienen 11 años y son hermanos gemelos. Son altos y están en forma, ya que les
gusta mucho el deporte, sobre todo el fútbol. Los cuatro siempre van juntos a
todas partes, pues son los únicos niños de este pueblo. Los padres de Pablo y
Lucas trabajan también en San Flor; la madre, Lucía, es dependienta en un
supermercado y el padre, Álvaro, es electricista.
En Lumarpa no hay colegio, un autobús viene
a recogerlos todas las mañanas para llevarlos al colegio más cercano, que está
en San Flor.
Otro habitante de Lumarpa es el viejo
Vicente, vive solo en una gran casa de piedra. Es un anciano muy amable,
siempre dispuesto a ayudar a los demás. Le encanta contar historias de cuando
era joven y trabajaba de abogado en la capital.
También viven aquí José y Rosa, es un
matrimonio de mediana edad que se dedica a la agricultura y la ganadería.
Tienen una casa muy pequeña pero unas cuadras muy grandes donde crían vacas,
ovejas y cerdos. Además poseen muchas gallinas y dos caballos hermosos. Muchas
tardes, cuando Maya, Mateo, Pablo y Lucas acaban de hacer los deberes de la
escuela, van a ver a José y Rosa para poder montar en sus caballos y dar un
paseo con ellos por los alrededores del pueblo. Son dos vecinos muy amables y
trabajadores. Rosa no puede tener hijos, así que le encantan las visitas de los
niños. Siempre que ellos vuelven de montar en los caballos, ella les tiene
preparada una merienda enorme.
La última habitante de este pueblo es
Octavia, una joven de 22 años, con un rostro ovalado, de ojos verdes y pelo
castaño claro. Es una chica muy aventurera e inteligente a la que le encanta el
misterio. Vive en una casa pintada de rojo. Está escribiendo su primer libro y
necesita la paz y tranquilidad de este hermoso pueblo.
Todos los habitantes se llevan
estupendamente y cuando surgen problemas siempre se ayudan unos a otros. En
invierno, cuando nieva mucho y el pueblo queda incomunicado, todos se unen para
quitar la nieve de carretera, comparten sus víveres… En verano, todos ayudan a
José y Rosa a recoger los frutos de los árboles y cuidar sus huertos.
Quiso el destino que un viernes del mes de
octubre todos coincidieran en la parada del autobús. Los niños iban a la escuela, Octavia tenía que ir
a la oficina de correos a recoger un paquete que le había llegado y el viejo Vicente,
como todos los viernes, iba a la ciudad de San Flor a reunirse con su hijo, que
vivía allí, para pasar el día juntos. Los padres de Maya y Mateo compartían su
coche con los padres de Pablo y Lucas, pero ese día, cuando se disponían a
marcharse, el coche se había estropeado, así que decidieron coger el autobús.
José y Rosa tenían que resolver unos asuntos relacionados con su trabajo en la
ciudad y decidieron también coger junto con sus vecinos el autobús.
Era una mañana soleada y fresca. El autobús
llegó puntual y todos subieron animados y charlando, no podían imaginar lo que
más tarde sucedería. El conductor habitual del autobús, John, era un hombre
mayor y experimentado que había hecho esa ruta miles de veces, pero esa mañana
estaba muy enfermo y le sustituía un compañero joven que hacía poco que
trabajaba en la empresa de autobuses.
A mitad del trayecto, en una curva muy
peligrosa y cerrada, la rueda delantera del lado del conductor pasó por encima
de una roca muy afilada y estalló. Todos los que iban en el autobús pegaron un
gran grito. El autobús se salió de la carretera y volcó sobre la ladera de la
montaña, dando vueltas sobre sí mismo hasta llegar a un gran árbol que hizo que
se detuviera. La mala suerte quiso que el tanque de gasolina se rompiera y una
chispa surgida del choque del metal contra una roca prendió fuego a todo y a todos.
Nadie sobrevivió a este brutal accidente, todos los habitantes de Lumarpa
fallecieron.
Los profesores de la escuela, al ver que
los niños no llegaban, intentaron contactar con sus padres, pero como tampoco
podían localizarlos, avisaron a la policía. Cuando la policía iba por mitad del
trayecto, se dio cuenta del terrible accidente.
La noticia apareció en todos los periódicos
y en los canales de televisión. Lumarpa se convirtió en un pueblo fantasma y
nadie quiso ir a vivir a un pueblo cuyos habitantes habían muerto tan
trágicamente.
Paula Flores García,
1º ESO A
Prof. Noemí González
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