Voy a contaros la historia más
triste jamás contada...
Tenía una vida perfecta; un marido,
Pedro, que me quería y dos hijas maravillosas: Celeste, de cinco años, y
Marina, de dieciséis, pero la burbuja de la felicidad se rompió.
Celeste era muy alegre, pero llevaba
unos días tristes y sin ganas de jugar, no comía y se quejaba de la barriga.
Esto no era muy normal en ella, así que decidimos llevarla al pediatra. Ese
día, le mandó hacer una serie de pruebas y después de unas horas tuvimos el resultado,
Celeste tenía cáncer.
Al principio no nos lo podíamos
creer, nos preguntábamos cómo podía pasarnos esto. Nos explicaron el
tratamiento que iba a tener que poner Celeste y que empezaría inmediatamente.
Las siguientes semanas fueron
horribles, yo me quedé con ella en el hospital, se le caía el pelo, vomitaba,
se quejaba... pero poco a poco Celeste fue respondiendo al tratamiento. Le
dieron el alta y volvió a casa. Celeste pudo regresar al colegio, pero fue
duro. Su profesora y sus compañeros le hicieron una fiesta de bienvenida, pero
no todos la trataban igual; algunos, al verla sin pelo, se metían con ella
llamándola ''bicho raro'' y Celeste volvía del cole llorando. Fui a hablar con
la directora y decidimos dar una charla a los niños de lo que es el cáncer.
Parece que sirvió y las cosas mejoraron.
Todo ese tiempo estuve tan
preocupada por Celeste que no me di cuenta de que mi otra hija sufría. Marina
siempre había sido muy sensible y cuando a su hermana le diagnosticaron el
cáncer su vida cambió. Me veía a mí y a su padre sufriendo tanto que no nos
decía nada y se apoyó en su mejor amiga, Sara, y en su novio Marco, con el que
llevaba saliendo unos meses.
Un día que llegábamos del hospital
de una revisión de Celeste, me la encontré triste y llorando en su habitación.
Me puse a hablar con ella; al principio pensé que era por su hermana pero luego
me contó que Sara y Marco la habían engañado, los había encontrado besándose.
Se sentía tan herida y traicionada que yo no sabía cómo ayudarla, así que intenté
quitarle importancia al asunto, pero sabía lo que dolía la traición del primer
amor. Sin embargo, con el paso del tiempo, Marina lo fue superando.
Los meses iban pasando entre
revisiones de Celeste en el hospital y nuestro día a día. Yo había dejado de
trabajar tras el diagnóstico de la enfermedad de Celeste y mi relación con mi
marido no pasaba por el mejor momento, cualquier detalle nos hacía discutir. En
una de las revisiones, tuvimos otra mala noticia: el cáncer de Celeste volvía a
aparecer. Esto significaba volver al hospital otra vez, ver a Celeste pasarlo
mal, etc.
Eso dañó más nuestra relación;
entonces ya ni nos hablábamos. Una de las veces en que Pedro vino al hospital
para estar con Celeste tuvimos una discusión muy fuerte y él se fue muy cabreado.
Ese día llovía, había mucha niebla... y al cabo de unas horas mi teléfono sonó
y me comunicaron que se había producido un accidente de varios coches y Pedro
había muerto. No podía ser verdad, me sentía culpable y me preguntaba cómo iba
a explicarles esto a mis hijas si ellas adoraban a su padre.
El día del entierro fue un día frío
y triste; a Celeste no le había dicho nada pero Marina estuvo a mi lado, aunque
yo sentía que ella me culpaba de la muerte de su padre.
Creía que las cosas no podían ir a peor
pero estaba muy equivocada. Celeste no respondía al tratamiento, así que los
médicos probaron cosas nuevas pero nada funcionaba. Ellos hablaron conmigo, me
dijeron que lo sentían pero que a Celeste le quedaba poco tiempo.
Una mañana, Celeste amaneció con más
energía de lo habitual porque últimamente estaba tan agotada que casi ni
hablaba. Me dijo que había soñado con su padre, que la estaba esperando en un
sitio muy bonito donde siempre había sol y no existía el dolor. Esa tarde
Celeste murió.
A partir de ese momento todo fue
negro, no era capaz de llorar porque era como un ''zombie''. Una tarde, Marina
entró en mi habitación, se abrazó a mí y ambas rompimos a llorar. No podíamos
parar, éramos ríos de lágrimas, pero todos los ríos desembocan en el mar y así
llegamos finalmente a un mar de calma. Empezaba una vida nueva para nosotras;
nunca podríamos olvidar a Celeste y a Pedro, pero la vida seguía.
Jimena
González Díaz, 1º ESO A
Prof. Noemí González
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