PERSEO SALVA Y SE ENAMORA DE ANDRÓMEDA
Perseo se encuentra a Andrómeda encadenada a una roca y, con todo su valor, la rescata de una muerte segura.
Según nos contó el héroe, él estaba realizando un largo viaje cuando llegó al país de Cefeo, en la lejana Etiopía. A los pies de un altísimo
acantilado, pudo ver a una hermosa muchacha encadenada a las
rocas. De no ser por el viento que agitaba suavemente sus trenzas, habría
podido creer que se trataba de la preciosa obra maestra de un
gran escultor. Su corazón empezó a palpitar con
fuerza, el héroe
se ha enamorado apasionadamente. Descendió hasta casi pisar la tierra, diciéndole a la preciosa muchacha: “¿Quién eres tú?¿Quién quiere que
permanezcas encadenada?”
La bella prisionera lloraba y sollozaba, pero
finalmente confió en el joven y relató al
héroe su historia: “Me llamo Andrómeda y soy la hija del rey de este país. Mi
madre se pavonea y afirma que es
más hermosa que todas las ninfas. Por
este motivo, Poseidón, el dios de los mares y protector de las ninfas, se enfureció terriblemente, tanto,
que produjo una gigantesca marea y envió además un terrible monstruo marino que
nos destruyese a todos. Según el oráculo, mi padre me ha encadenado en este
lugar para que sirva de comida al monstruo, sólo así podrá salvarse mi país.”
Mientras pronunciaba estas palabras, el
suave ritmo de las olas fue transformándose paulatinamente en un salvaje fragor: las olas se encrespaban cada vez más para,
al golpearse unas contra otras, partirse en dos. De repente, del fondo de los mares surgió un monstruo horrendo. Era tan
gigantesco que con su cuerpo cubría toda la superficie del mar. Sus guardaespaldas acudieron inmediatamente con el
ánimo de salvarla, pero resultaba imposible prestarle ayuda.
Sin embargo, Perseo se propuso salvar a la
bella muchacha, siempre y cuando sus padres se la concediesen como esposa. Los
padres aceptaron la proposición, además de prometerle un reino. El monstruo se
había ido aproximando cada vez más a la costa, quería su víctima.
Pero Perseo, gracias a sus zapatos alados, ascendió, rápido como una saeta, hacia las nubes; el monstruo solo podía ver ahora su
sombra reflejada sobre la superficie del agua y,
con rabia, echando espuma por la boca, se arrojó sobre la sombra. Mas Perseo
descendió ahora vertiginosamente, sentándose
sobre la espalda del terrible monstruo, que seguía vociferando con verdadera
furia. Perseo sujetó con fuerza su cabeza, que tan pronto extraía del mar como
la sumergía de nuevo en las oscuras olas. El monstruo intentaba morder a
Perseo, pero el héroe desenvainó su espada y la introdujo más y más en su escamoso cuerpo, hasta que el monstruo se desangró y se hundió hacia lo
más profundo del océano.
Olaya Díaz
Martino. 3º de ESO.
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