"LLa lengua nace con el pueblo; que vuelva a él, que se funda con él, porque el pueblo es el verdadero dueño de la lengua". Miguel Delibes a lengua nace con el pueblo; que vuelva a él, que se funda con él, porque el pueblo es el verdadero dueño de la lengua". Miguel Delibes

sábado, 24 de enero de 2015

LA ISLA DE LOS MONOS

Un día de tormenta, mientras luchaba contra la marea por llegar a mi hogar, llegué a una isla paradisíaca. A lo lejos vi a un señor que iba vestido con una bata de color rosa y unos pantalones de color azul. Iba descalzo, tenía cuatro pelos en la cabeza, unos grandes y brillantes ojos marrones, y una nariz grande y achatada. Su boca era pequeña y tenía unos dientes perfectos.
Encontré un papel tirado a la orilla del mar, que traía un mapa dibujado. Seguí su camino y, cuando llegué al final de recorrido, me encontré con una pequeña chabola rodeada de monos.
Aquellos monos no eran monos cualquiera: sabían hablar y se mantenían todo el rato sobre dos patas. Uno de los simios se acercó a mí y me agarró fuertemente de la mano derecha queriendo llevarme hacia algún lugar. De pronto, vi una especie de nave y entré a mirar: allí estaba aquel hombre en una especie de laboratorio. Tenía un mono apresado en la camilla. Le pregunté: “Señor, ¿qué está haciendo?” Él se empezó a reír. Le sacó un tubito de sangre a aquel pobre simio y le inyectó unas mezclas que tenía a su lado.
El hombre me explicó que había naufragado hacía tiempo y había llegado a aquella isla donde encontró a todos esos monos. Desde entonces, su única familia eran aquellos simios pero no los podía comprender. Por eso, les inyectaba ese líquido que, tras años de estudios, había elaborado a base de las plantas de la isla con la esperanza de que surgiera efecto y poder por fin entender lo que aquellos pequeños amigos le decían.
A mí todo eso me parecía una locura y le intenté explicar que, a lo mejor, observando a los monos día tras día seguro que los entendería, en vez de perder su tiempo investigando raras mezclas que no sabía qué consecuencias podían tener para aquellos simios. Si de verdad los quería, no era necesario entenderlos, solo quererlos. 
El hombre me miró con aire sospechoso. Sus ojos se volvieron fríos como el hielo y asintió. Me dio escalofríos. Tal vez querría experimentar también conmigo….

Paula López Fernández. 1º de ESO.

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