Esta historia me la contó mi abuela Georgina, de 83 años, y sucedió
sobre 1945.
La historia trata sobre una familia que vivía en el extranjero. Un día
los avisaron de que un familiar suyo cercano había fallecido, así que
decidieron ir al pueblo donde se encontraba el muerto (concretamente en
Cuestavil). Pero tardaron cuatro días en llegar, así que los otros familiares decidieron
enterrarle pero solo con una fina capa de tierra.
Una vez ahí, quienes vivían en
el extranjero querían reconocer el cadáver, así que las personas que trabajaban
en el cementerio quitaron la fina capa que había por encima de la caja. Cuando
la abrieron, quedaron sorprendidos. Se fijaron en que el fallecido tenía la
cara toda arañada; la tapa de la caja, también; y la uñas de las manos,
ensangrentadas.
Antiguamente, como no existían las autopsias, creyeron que estaba
muerto; pero, en realidad, lo enterraron vivo.
Rocío
Losada Nevado. 2º de ESO
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