Mi
abuelo Gerardo fue minero durante casi treinta años. Hace algún tiempo me contó
una historia.
Me dijo que él y su
compañero Manuel estaban trabajando solos, recuperando los materiales (cuadros
metálicos, parrillas y los raíles de la máquina del tren) en una galería que ya
no se utilizaba. Para arrastrar estos materiales, se usa máquina llamada
“cabrestante”, que lleva una manguera de aire comprimido, de unos ocho
centímetros de diámetro. El compañero de mi abuelo fue a abrir la llave de la
manguera y esta se soltó de la boquilla en la que estaba enganchada. Le golpeó
muy fuerte en la cabeza, cayó al suelo y el aire que salía por la boquilla con
esquirlas de óxido de hierro se le metió por la boca y le llegó a los pulmones.
Estaban totalmente solos,
a 600 metros de profundidad, y a unos cuatro kilómetros de la jaula que lleva a
los mineros al exterior.
Mi abuelo sacó a su
compañero en una carrucha (plataforma con ruedas) y, cuando llegó a la jaula,
donde había un teléfono, pidió ayuda al exterior.
Enviaron rápidamente al
herido al hospital de Oviedo.
Como estaba muy grave, no
querían llamar a su mujer por teléfono para contárselo. Ella trabajaba de
profesora en el Colegio Público de Rioturbio y, como mi abuelo era el compañero
del herido y eran muy amigos, fue él a darle la noticia y la llevó al hospital.
Tras varios meses en el
hospital, Manuel, el compañero de mi abuelo Gerardo, se salvó.
Andrea Fernández Fernández.
2º de ESO.
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