"LLa lengua nace con el pueblo; que vuelva a él, que se funda con él, porque el pueblo es el verdadero dueño de la lengua". Miguel Delibes a lengua nace con el pueblo; que vuelva a él, que se funda con él, porque el pueblo es el verdadero dueño de la lengua". Miguel Delibes

domingo, 4 de marzo de 2012

EL HAMBRE EN LA GUERRA Y LA POSGUERRA

            En clase de Lengua trabajamos el tema de la picaresca en la literatura española. El hambre que pasaban esos personajes de ficción nos llevó al hambre que padecieron personas reales tras la guerra civil española. Preguntamos en nuestras familias y estos son sus testimonios.
           
El alumno Samuel Ruibal Rosón nos recuerda que Asturias vivió mil días de guerra y fuego. Durante 14 meses, los campos y bosques del lugar, sus praderas y montañas, se vieron forzadas a convertirse en un escenario de confrontaciones sangrientas e ininterrumpidas.
            Durante la revolución de 1934, Mieres fue uno de los centros revolucionarios y uno de los núcleos del estallido. Los mineros de la ciudad intentaron tomar Oviedo organizándose y asaltando los cuarteles. Muchos resultaron muertos o encarcelados.
Entre 1936 y 1937, Asturias estuvo dividida en dos bandos antagónicos: el nacionalista y el republicano.
            En la guerra civil, se situó en el bando republicano, aunque en algunos lugares había una notable presencia nacional como, por ejemplo, en Ujo, donde se organizó un consejo falangista. Las organizaciones obreras jugaron un gran papel. En 1937, con la caída del frente republicano en Asturias, cayó el concejo de Mieres.
            Ya terminada la guerra, todavía quedaron algunas partidas guerrilleras como, por ejemplo, la de los hermanos Morán. También hubo mierenses que acudieron a Rusia con la División Azul, siendo Asturias el lugar de donde más voluntarios salieron.

Aixa Fernández Fernández recuerda que “mi abuela Amparo pertenecía a una familia muy humilde, aunque antes de la guerra tenían mucho dinero. Cuando esta terminó, se quedaron sin nada. Eran siete hermanos, pasaron muchísima hambre en la postguerra y, durante los años cincuenta, dos hermanos suyos, se fueron a trabajar a Francia por problemas de hambre, no por temas políticos. Los cinco que se quedaron en España murieron todos muy jóvenes.
Mi abuela siempre tuvo una salud muy delicada. Fue madre de cinco hijos. El  primero murió al nacer y, cuando tuvo al quinto niño, tuvo grandes complicaciones en el parto quedando hemipléjica. Cuatro años más tarde, falleció teniendo mi padre siete años.
            Mi abuelo por parte de padre, Luis, vivía en una familia pudiente. Tenían mucha hacienda y animales, pero eran rojos y llevaban comida a los fugados en el monte e incluso a algunos los tenían escondidos entre paredes, en cuadras o sótanos. En los años sesenta, durante una lucha obrera, fue detenido y en los interrogatorios recibió grandes palizas, quedando sordo a base de golpes, y durante dos años estaba obligado a presentarse al cuartel y todos los días recibía muchos golpes, muy dañinos.
            Mi abuela materna, Loli,  nació también en una familia muy humilde en Viveiro (Lugo); es la mayor de diez hermanos. Cuando nació el quinto hijo, su padre vino a Mieres a trabajar en las minas de mercurio, mientras su mujer y los cinco niños quedaron temporalmente en Galicia. Mi bisabuela trabajaba en las tierras de gente adinerada y le daban a cambio pan o dulce. Al mismo tiempo, mi abuela, desde que tenía seis años, iba con su abuela a pedir por las aldeas. Tenía poca ropa e iba descalza. En estos lugares donde pedían las solían invitar a comer o a cenar. En otros momentos, en vez de pedir, cambiaban maíz por productos (principalmente patatas y pan). A los diez años vino toda la familia para Asturias y nacieron cinco hermanos más. Para poder ayudar a la economía de la casa, salía con su madre a recoger piedras de carbón que caían de los trenes. A los trece años, empezó a trabajar cuidando niños en casa de unos ingenieros.
           
Deva Álvarez Argüelles nos cuenta la historia de su bisabuela, Alicia, nacida el 12 de enero de 1918.
 Tuvo la suerte de que vivía en Cenera y, como tenía vacas y huertas, no pasó hambre. Pero también me contó que otras personas pasaron mucha hambre y que se organizaron una especie de comedores sociales para aquellos que carecían de recursos.
Cuando acabó la guerra, la llevaron presa porque llegó un hermano suyo lleno de moratones (de la paliza que le había recibido) y ella les dijo lo que pensaba, que eran unos “sinvergüenzas” .
            A unas cuantas amigas suyas les cortaron el pelo pero ella, en ese caso, tuvo suerte.
Tenía a sus hermanos escondidos en las cabañas de los montes cercanos para que no los matasen por ser socialistas. Recuerda cómo mataban a la gente y cómo los torturaban aunque ella en esa época era muy joven ya que tenía unos 19 años.
Mi abuela Alicia se alegra mucho de que ese sufrimiento se haya acabado.

Álvaro Flórez nos cuenta que su abuela Zulima nació en 1927. Tenía nueve años cuando se inició la guerra y doce cuando concluyó la misma. No pasó demasiada hambre ya que tenía tan sólo dos hermanos y sus padres tenían vacas y demás animales porque vivían en Brañanoveles, un pueblo cercano a Mieres, situado en lo alto de las montañas.
Su padre era republicano y tenía que ir a Oviedo, al ejército. Mi abuela recuerda cómo este le llevaba a casa diferentes objetos y prendas de gente adinerada, como chaquetas de lana y muñecas de porcelana que encontraba tiradas por las calles de Oviedo.
Cuando terminó la guerra, mi bisabuelo, el padre de mi abuela, ayudó a diferentes republicanos a esconderse porque eran perseguidos.

Jorge López Fueyo nos dice que sus abuelos maternos, Ofelia y Guillermo, ya han fallecido, por lo que tendré que narrar esto a través de lo que mi abuela le contó a mi madre, Balbina, y que ella ahora me cuenta a mí.
Después de la guerra civil, los víveres escaseaban. Para evitar la falta de comestibles de algún tipo, se crearon las cartillas de racionamiento cuyo objetivo era que solo pudieras comprar una cantidad previamente establecida de cada alimento. Eran muy afortunados aquellos que, al vivir fuera de las ciudades, poseían algún terreno en el que se podían cultivar alimentos y, por eso, en estos sitios se pasó menos necesidad.        
Debido a todo esto, la mayoría de los niños, incluida mi abuela, tuvieron que ponerse a trabajar a una edad temprana, alrededor de los 12 años, para traer algo de dinero a casa.         
Además, las escuelas eran muy diferentes en aquella época, sobre todo en las áreas rurales, donde se agrupaban gran cantidad de alumnos de distintas edades en la misma clase.
Ylenia Díaz Fernández recuerda que su abuela Julia tenía 6 hermanos y desde muy pequeños se quedaron huérfanos de madre, así que tenían que trabajar. Mi abuela y su hermana gemela, Melia, estaban obligadas a trabajar para conseguir algo de dinero o comida, también vendían cosas en un mercado, tenían que hacer todo como si fueran adultas, ya que, si no, no tenían para comer.
            Una vez había una casa, de un vecino que vivía bastante bien, en la que había un armario con mucha comida. Como ninguno entraba, metieron al más pequeño por una rendija, aunque, al final, se quedó dentro porque no podía salir y se comió lo que había.
Ángela Fernández Sánchez nos cuenta que, durante y después de la Guerra Civil, fueron los momentos más duros que su abuelo Alejandro vivió. Recuerda cómo le contaba que había pasado muchísima hambre y que trabajaba muchas horas para cobrar 2 ó 3 pesetas nada más.
Al salir de trabajar, le daban un pan redondo, que tenía que repartir en tres pedazos más para sus compañeros. Cuando no había ni ese pan, y el dinero no alcanzaba, tenían que ir al estraperlo, que era ir a León a comprar ‘’fabes’’ sobre todo, coger el tren para volver, con el mayor cuidado de no ser pillados por la guardia civil, porque si no se las quitaban y, si conseguían traerlas hasta aquí, venderlas.
Cuenta mi abuelo cómo su abuelo recordaba con pena un acontecimiento: cómo uno de sus amigos, de la noche a la mañana, tuvo que irse al monte, ya que él era de izquierdas y estaba buscado por los de derechas. Finalmente fue encontrado y fusilado.

Laura Fresco Magadán nos cuenta que su abuela María nació en el año 1936, cuando estalló la guerra civil. Vivía en un pueblo de montaña alejado del frente, dedicado a la minería. Su padre no tuvo que ir a la guerra porque era minero.
Recuerda de la posguerra, a la gente arrancando hierbas de los prados para comerlas, porque no había alimentos ni dinero. Otro recuerdo angustioso es el de un vecino que vivió oculto en el pajar durante varios años sin salir a la calle por miedo a que lo mataran, ya que era del bando perdedor. Algunas veces iban a buscarlo por la noche y registraban su casa.
            Su abuelo le contaba que, por las noches, bajaban las partidas de los rojos que habían quedado en el monte a recoger comida. A veces, se la llevaban en burros porque casi todos eran familias.
            La vida era dura. Se comía de lo que se obtenía de los animales y del campo. En las casas no había agua ni electricidad. Se alumbraban con velas y candiles, iban a hacer sus necesidades al huerto, se bañaban en baldes de metal e iban a por agua a la fuente.
            Ella iba a la escuela solo en invierno; el resto del año salía al monte con las ovejas.
            No tenían juguetes, pero, como eran muchos chavales, se divertían juntos en la calle.
Un recuerdo agradable que tiene es el olor del pan cociéndose en el horno de leña.

Laura Fernández nos cuenta que, en aquella época, en los campos se sembraba maíz, patatas, habas y con eso se podían mantener muchas familias. También los árboles daban mucha ganancia: de ellos obtenían la madera que les servía para calentarse y cocinar, la fruta y especialmente las castañas pues con ellas podían hacer harina.
Los habitantes de las ciudades iban a los pueblos y hacían trueque con sábanas o toallas a cambio de alimento.
También existían unas cartillas llamadas ‘cartillas de racionamiento’ con las que iban al economato a por comida. Según el número de personas que fueran en la familia, les daban más o menos.

Enol Alonso nos cuenta que hacia mediados de los años treinta, mis bisabuelos vivían en una aldea que se llama Pedrodella. Mi bisabuelo, Luis, trabajaba en la fábrica de armas de Trubia y mi bisabuela, Encarna, se quedaba en casa haciendo las tareas.
Cuando estalló la guerra civil, mi bisabuelo luchó en las tropas contra Franco y, cuando la guerra civil acabó, volvió a su casa de Pedrodella. Como había luchado contra Franco, estuvo unos pocos meses fugado y nunca más pudo volver a su puesto de trabajo, así que se dedico a hacer madreñas.
            Debido a aquellas penurias en las que vivían decidieron mudarse a Cardeo, porque Luis empezó a trabajar en los hornos altos de Fábrica de Mieres.
            Debido a que en la nueva casa ya trabajaban el padre y los tres hijos (estos en la mina) ya llegaba algo más de dinero a casa. Lo que pasa es que, aunque llegara algo más de dinero, había una boca más que alimentar y los hombres que trabajaban llegaban hambrientos lo cual era un problema porque no había casi nada para comer. Comían mucho chorizo y “fariñes”.
           
Pablo Rueda Pello nos cuenta que su tatarabuelo vivió la posguerra con grandes penas porque tenía tres hijos y un yerno en la cárcel. Vivía en un pueblo con sus hijas y, cuando estaban tranquilos, podía llegar la Guardia Civil a cualquier hora porque no importaba si era de día o de noche, a registrar la casa, y podían coger lo que quisieran. En una ocasión, a mi tatarabuela le quitaron los cubiertos.
            La Guardia Civil también cogía a la gente, la llevaba al cuartel y les pegaban palizas, les cortaban el pelo al cero y también abusaban de las mujeres.
            Los que perdieron la guerra, los “rojos”, se escondían en los montes y pasaban hambre. A los que encontraban los mataban y los enterraban en fosas comunes como la de Turón, en el Pozu Fortuna, y los familiares no podían desenterrarlos porque, si los veían, podían morir.
            En 1941 se repartieron las cartillas de racionamiento, en las cuales las familias tenían derecho a una pequeña cantidad de pan, leche, aceite, patatas y trigo cada mes.
             La familia de Pablo pasó tanto miedo durante esa época que, todavía hoy en día, no quieren decir sus nombres.
           
           Celso Suárez Huelga nos cuenta que sus bisabuelos contaron los sucesos acaecidos durante y después de la guerra a mis abuelos, Felipe, Carmen, Celso y Mª Luisa. Pero estos nunca se los contaron a mis padres porque no querían recordar esos momentos. Así es que mis abuelos se llevaron todos estos secreto a la tumba cuando yo todavía no había nacido o apenas tenía un año.
            De todas formas, mis padres me contaron dos hechos de los que se habían enterado en estos últimos 10 años:
            Mis abuelos perdieron a varios de sus hermanos a causa del hambre que pasaban. Y es que las familias no eran como las de ahora sino que eran de 10 o más personas.
            Y el segundo hecho, y más importante, del que no sabíamos nada hasta hace 5 años, fue que a uno de mis bisabuelos lo habían fusilado durante la guerra. No sabemos ni de qué bando era y por qué lo habían matado; solo sabíamos que había muerto.

1 comentario:

  1. Impresionantes relatos e impresionante trabajo. Muchas felicitaciones a estos alumos/as que han pasado el relato oral de sus abuelos al texto escrito. La lengua sirve para mucho
    Blanca

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