El lirio encendido en arena de fuego fatuo
recorrería las dunas rocosas con un candil morado
si la morada de los Gigantes y los Enanos
que se clavaban los carámbanos en los brazos
tuvieran engendrados más de un compañero gris.
En el fondo de esas cavernas recién citadas
se daba tacto bajo acero en forjas alegres
y ninguno alzaba los extremos recogiendo las nubes.
Y un magnate carente de anillos
ordenó relinchar, caerse y cabalgar
a todos los caprichos del miedo.
Donde se arrodillaron el resto de aprecios
ante la fiereza metálica de los desprecios,
murieron esperanzas sin razón sensata.
Hay un indígena explorador
que ataba sus pies heridos
con cinturones de piel leprosa,
y aunque intentaran aminorar
sus constantes caídas en el fango,
sólo consumían las cerillas de su alcohol.
El lirio encendido en arenas de fuego fatuo
cosía ahora acostado encantamientos para ranas
que jamás serán príncipes ni reyes de palacios
mientras el resto del campo le seguía mirando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario