"LLa lengua nace con el pueblo; que vuelva a él, que se funda con él, porque el pueblo es el verdadero dueño de la lengua". Miguel Delibes a lengua nace con el pueblo; que vuelva a él, que se funda con él, porque el pueblo es el verdadero dueño de la lengua". Miguel Delibes

sábado, 2 de septiembre de 2023

DEJARSE LA PIEL

 Ana quería que la ascendieran en su trabajo: Se esforzaba mucho para ser la mejor, se dejaba la piel en ello.

Cada día, después de terminar su jornada laboral, se quitaba la piel y la colgaba en el perchero de su oficina envuelta en una bolsa para que no se arrugara.

Anne Liz Rodríguez Guerra. 3º B

sábado, 11 de febrero de 2023

LAS MANOS AGRIETADAS

Mi abuela se llama Amparo Suárez. Nació en La Fábrica, un pequeño pueblo del concejo de Quirós, el día 22 de agosto de 1930.

Desde pequeña, ella tenía que ayudar a su madre con las tareas de la casa y una de las que más recuerda es ir a lavar la ropa a un riachuelo que había cerca de su casa. Cogía la ropa, la metía en unos baldes de madera y el jabón que hacían en casa. Con todo ello, iba hasta el riachuelo, donde había más chicas y señoras lavando. Allí, mientras lavaban, cantaban y hablaban de todo un poco.

Cuando acababa de lavar, tocaba escurrir: lo hacía con sus propias manos y, si la ropa era grande, entre dos, cogiendo cada una por un extremo. Luego la dejaba estirada en la hierba para que se secara y, si no se secaba del todo, la llevaba a casa y la tendía en un tendal delante de la misma. Después recogía los baldes y los dejaba en un cobertizo que tenían al lado de la casa.

Tenía las manos casi siempre agrietadas y con heridas de tanto lavar a mano.

A veces, tenía que volver al riachuelo a coger agua para la casa: para lavarse, para cocinar, para limpiar, para beber...

Cuando llegó el agua corriente a casa, para ella fue algo mágico, no se lo podía creer, que no tuviera que volver al río. Y ya cuando llegó la lavadora, eso sí que fue mágico, ya que no tendría las manos mal gracias a aquel aparato.


Raquel Martínez Fernández.

3º de ESO.

 

ROMPER EL HIELO PARA LAVAR

Mi abuela se llama Maria de Conçeiçao Fernandes Moreira. Nació el 16 de enero de 1953 en Castelo (Portugal).

Ella empezó a ir al río sobre los doce años, todos los días, tanto a coger agua como a lavar la ropa. El río estaba aproximadamente a un kilómetro de su pueblo. Llevaba unos 20 kilos de ropa, ya que era la de toda la familia y eran trece personas en total. La llevaba en unos baldes grandes que se los ponía en la cabeza.

Para lavar la ropa, utilizaba jabón Lagarto e incluso lejía. Había ocasiones en las que, cuando nevaba o hacía mucho frío, el río tenía hielo y tenía que romperlo con una piedra.

Normalmente iba sola a lavar, pero en algunas ocasiones, la acompañaban sus hermanas. Cuando había más gente en el río, hablaban sobre todo tipo de temas del pueblo. Algunas personas del mismo le encargaban que fuese a lavarles la ropa y le pagaban con comida (mermelada, queso, chorizo...).

Cuando iba a por agua a la fuente, llevaba dos grandes cántaros de hierro. En casa, la utilizaban para cocinar o bañarse; en este último caso, ponían el agua a calentar en una pota y se bañaban en una bañera de plástico. Los cántaros los guardaba en cualquier sitio que pudiese, normalmente en la cocina.

Al mudarse a España cuando ya era mayor, estuvo viviendo en Rioturbio, donde también lavaba la ropa, incluidos los uniformes de la mina que usaba la familia. Cuando se quedó embarazada, iba a lavar también.


Álex Taboada Pimentel.

3º de ESO.

viernes, 10 de febrero de 2023

SOBREVIVIR SIN AGUA

En primer lugar, comentar que este trabajo está basado en la experiencia vivida por mi abuela materna, Asunción Cienfuegos Alonso (Choni), cuando era niña y vivía en el pueblín de Villanueva que pertenece al concejo de Aller. Actualmente tiene 77 años y al preguntarle cómo se apañaban para hacer las tareas diarias sin agua en las casas me contó la siguiente historia.

Cuando le pregunté cómo se arreglaban sin ella, me cuenta que para poder beber, fregar y bañarse tenían que ir a la fuente que había en el pueblo, pero que ella, en comparación con las otras niñas, tenía mucha suerte ya que la fuente solo estaba a unos 30 metros de distancia de su casa.

Con respecto a cómo la transportaban, me dice que su madre tenía tres calderos: dos de porcelana blanca con unas flores que eran los que utilizaban para beber y el tercero era de zinc. Este último nada más llegar a casa lo ponían encima de la cocina de carbón para tener agua caliente y la usaban para lavarse y fregar los cacharros.

Por otra parte, me comenta que ella empezó a acompañar a su madre a la fuente desde muy pequeña pero que no sabe exactamente la edad; lo que sí recuerda es que le compraron una pequeña lechera de porcelana blanca.

 

Caldero de zinc
Caldero esmaltado
Lechera esmaltada




En relación a las veces que iban a por agua a lo largo del día, me dijo que bastantes, sobre todo los fines de semana ya que los sábados y los domingos eran los días que aprovechaba su madre para cambiar las sábanas y bañarlos. También me comenta que no esperaban a que los calderos se vaciasen: cuando estaban por la mitad, vaciaban uno en otro para volver a la fuente a por más agua, ya que al llegar la noche y no haber alumbrado en las calles corrían el riesgo de tropezar y caerse.

Asimismo, me dice que en los meses de invierno, como nevaba mucho, los hombres por la mañana antes de ir a trabajar a la mina cogían sus palas apartaban la nieve y hacían un camino para que sus mujeres e hijos pudiesen llegar más fácil a la fuente.

Por otra parte, al preguntarle cómo se apañaban para lavarse si no tenían bañera ni ducha, me dijo que tenían un barreño de zinc que ponían en el suelo del baño, que su madre llenaba una regadera con el agua caliente que había sobre la cocina de carbón, se lo echaba por encima, luego se enjabonaban y, por último, les volvía a echar agua. También me cuenta que, si el agua no estaba muy sucia después de haberse bañado, la recogían en un caldero para fregar los suelos de la casa; pero si estaba sucia, la tiraban.

Barreño de zinc que usaban para bañarse y llevar la ropa a lavar

    Regadera que usaban como ducha



 

Otro de los recuerdos de mi abuela por la falta de agua en casa era lo que hacían para lavar la ropa. Ella dice que mi bisabuela, quien por cierto se llamaba Rosario, aunque en Villanueva la conocían por Sayo, metía las piezas pequeñas en el barreño de zinc que usaban para bañarse, cogían la tabla, la cajuela de madera con un trapo y bajaban hasta una reguera que pasaba por debajo de su casa. Una vez en la reguera, apartaban unas piedras, hacían un pequeño pozo, se arrodillaban en el cajón para no hacerse daño en las rodillas y lavaban la ropa interior, camisetas, bayetas … para enjabonarlas, su madre hacía un jabón con el aceite que reciclaba de freír el pescado, mezclado con agua y sosa.

 

Tabla y cajón de madera usado para lavar en los ríos o las regueras


Los sábados era diferente. Como cambiaban las sábanas de las camas y no podían lavarlas en la reguera, cogían el balde de zinc, las metían en él junto con los bombachos de la mina y el resto de la ropa grande para bajar hasta los Cuarteles de Villanueva, lugar donde el ayuntamiento había construido un lavadero municipal. Este estaba como a unos 200 metros de su casa. Era un edificio techado, con una pared lateral hecha de ladrillo para que las mujeres no pasasen mucho frío, sobre todo en invierno. En el centro estaba el lavadero en sí. Constaba de tres partes: una era por donde salía el agua que servía también de fuente, las otras dos estaban destinadas a lavar la ropa; la parte más alejada la utilizaban para enjabonar por ser la más cercana al desagüe; la más cercana al caño, para aclarar la ropa.

 

Antiguo lavadero municipal

En los lavaderos, las mujeres se ayudaban unas a otras a quitar el agua de las prendas grandes. Para ello, cogían cada una de un extremo y las retorcían. Luego las metían en los baldes e iban a los tendales que estaban construidos con dos palos y unas cuerdas. Estos estaban cerca de sus casas por lo que llevar la ropa mojada hasta ellos en los barreños de zinc que eran muy pesados. Su madre, con ayuda de una amiga, lo ponía sobre la cabeza hasta que ella creció, entonces cogían cada una por un   asa.

Otra forma de colgar la ropa a secar era en los corredores de las casas, en las ventanas e incluso atando cuerdas entre dos árboles. En invierno o en los días de lluvia, colocaban unos ganchos con cuerdas encima de la cocina de carbón aprovechando así el calor que desprendía para secarla.

 

Tendal hecho con madera y cuerdas

Ropa secando en un corredor

Sin embargo, todo este trajín acabó cuando el Ayuntamiento de Aller hizo la acometida del agua hasta las casas. Gracias a esto, su padre, que era un manitas, les construyó un pequeño lavadero en la parte de fuera de la casa que coincidía con la cocina donde habían instalado el grifo y, de esa manera, con la ayuda de una manguera, lo llenaban para poder lavar la ropa sin tener que desplazarse hasta la reguera o al lavadero municipal.

 

Lavadero como el que construyó su padre una vez tuviero agua en casa
 

Según ella, quienes más se alegraron de la llegada del agua a las casas fueron las mujeres y los niños ya que les quedaba más tiempo para otras cosas, sobre todo estos últimos ya que disfrutaban de más horas libres para jugar una vez acabado el horario    escolar.

 

Por último, recuerda que, cuando lograron juntar algo de dinero, se compraron una lavadora. Esta era muy diferente a las de ahora, ya que solo lavaba la ropa; para aclararla, le tenían que quitar el agua y volver a echar otra limpia. Además, como no centrifugaba, quitaban el exceso de agua retorciendo la ropa a mano. Pero a pesar estos inconvenientes, con su compra, la tarea de lavar se hizo más llevadera.

 

Lavadora de los años 50
 

En resumen, para mi abuela la palabraagua” significaba trabajo duro, ya que para poder realizar cualquier tarea tenía que ir la fuente o al lavadero, cargada de calderos o baldes. En cambio, para mí solo es un líquido transparente necesario para la vida que tengo en mi mano nada más abrir el grifo.

 

Lydia Álvarez Sánchez.

3º de ESO

 

 



 

jueves, 2 de febrero de 2023

EL TESORO MÁS BONITO

Mi abuela se llama Berta y tiene 67 años. Es una de las muchas mujeres que ha tenido que ir a recoger agua o a lavar ropa en el lavadero ya que en las casas todavía no había agua corriente.

 

Vamos a comenzar hablando sobre la fuente y cómo se transportaba el agua hasta los hogares.

 

La fuente no tenía un nombre concreto, era la fuente que había en el centro de su pueblo, Caranga (Proaza).

 

La edad a la que iba a la fuente era sobre los 9 o 10 años; mínimo unas dos veces al día: una antes de ir a la escuela, y otra por la tarde. Pero en ocasiones, no era suficiente y se necesitaba ir más veces. Echaban el agua en un caldero de porcelana muy bonito, recuerdo que era un caldero de porcelana blanco y azul, en el centro tenía una hermosa flor que lo decoraba. Transportaba unos 15 litros ya que era la capacidad que llevaba hasta los agujeros que sostenían el asa. Además, si queríamos lavarnos la melena, necesitábamos mas agua de la necesaria.

 

 

Berta nos cuenta que para limpiar el caldero lo único que hacían era enjabonarlo bien con jabón Chimbo y luego lo aclaraban con agua. Todo esto lo hacían en el lavadero, que estaba pegado a la fuente.

 

A continuación, nos describe brevemente cómo era la fuente.

Era de piedra y tenia dos escalones también del mismo material, donde podíamos apoyar el caldero. El agua siempre estaba corriendo, no era una fuente como las de ahora que tienen grifo y puedes abrir o cerrar.

 

Cuando llegábamos a la casa con los calderos, los dejábamos encima de la encimera porque en el suelo había animales y esa agua era para todos los usos de la casa.

 

El agua, al ser de manantial, no hacia falta hacer nada con ella como en otros pueblos que sí era necesario hervirla.

 

Los días de romería, la fuente se enramaba. Ella no lo hacia pero sus hermanas, sí, y a día de hoy en el pueblo todavía se sigue haciendo. También teníamos que hacer muchos más viaje a la fuente.

 

Cuando el agua corriente llegó a cada una de las casas, fue una alegría enorme, no me lo podía creer.

 

 

A continuación, vamos a pasar a hablar sobre el lavadero.

 


Berta nos cuenta que solía ir con 9 o 10 años también. La distancia de mi casa al lavadero es la misma que de la fuente a mi hogar ya que estaban pegados prácticamente

 

El lavadero se dividía en dos partes, en una se enjabonaba toda la ropa y en el otro extremo se aclaraba toda.

 

Prácticamente ella tenia que ir todos los días al lavadero porque en su casa había niños pequeños y tenía que lavar todos los pañales. También nos cuenta que los pañales en aquella época no eran como ahora, estaban hechos de una gasa enorme, y por eso, la necesidad de ir todos los días al lavadero.

 

Respecto a los “detergentes” nos dice que antes no había sino que lo que utilizaban eran pastillas de jabón. Solo existían dos tipo y a día de hoy siguen existiendo, Chimbo y Lagarto.

 

Sobre la ropa.

Secaban la ropa retorciéndola y tendiéndola en sus tendales, que consistían en dos palos paralelos, a una distancia de 5 metros y una cuerda unida a los dos extremos. Para quitar las manchas a la ropa blanca, la extendían en un campo que tuviese hierba verde, ellas usaban la expresión “poner la ropa al verde”, que consistía en poner la ropa sobre el campo y dejarla al sol durante 3 horas aproximadamente. Siempre estaban pendientes de ella porque la iban regando para que no se secase. Una vez hacían este proceso, las prendas se iban al tendal.

Si estaba con gente de su edad en el lavadero, hablaban de chicos; pero si había mujeres mucho mayores, se callaban y solo escuchaban. Recuerda algunos de los cantares que cantaban en el lavadero:

Paxarinos que vais cantando, a la orilla de la fuente,

que subís y bajáis de repente

a coger los rayinos del sol.

 

Oí cantar un xilgueru en la rama de un ablano.

Anda, nena, ponte guapa, que tá llegando el branu.

 

La ropa la guardaban en el armario, pero antes la planchaban en unas placas de hierro que se ponían encima de la cocina de carbón.

 

Para Berta el significado del agua era vida. Sin agua en los hogares no hay vida. Donde había agua había alegría. Es el tesoro más bonito que te puede dar la vida.

 

Lucía Peral Bermúdez.

3º de ESO.