Mi
abuela se llama Ludivina Sánchez Pérez. Nació el 19 de julio de 1941 en Nava
del Rey, provincia de Valladolid. En su familia eran nueve personas,
incluyéndola a ella; mi abuela era la cuarta de entre cinco chicas y dos chicos.
El
nombre de la madre era Isidora Pérez Vai, quien trabajaba de ama de casa y de
modista, cosía para gente de fuera. Su padre se llamaba Daniel Sánchez
Manjarres y era granjero, pues él cuidaba vacas, lo que le permitía vender
leche.
A
los cinco años vino a Asturias donde, al año siguiente, empezó la escuela en el
colegio de las monjas en Figaredo. Allí tan solo podían estudiar catecismo,
geografía y matemáticas. Desgraciadamente solo pudo recibir clase hasta los
once años de edad, debido a que tuvo que marchar a Nava del Rey para cuidar de
sus abuelos.
Cuando
era pequeña, a lo que más jugaba era al cascayu, que consiste en lanzar
una pequeña piedra a los distintos rectángulos. Se lanza primero al cuadro más
cercano y después a los siguientes, tratando de empujar los otros con el pie e
ir a la pata coja. Pisar o dejar la tángala sobre una de las rayas significa
que, para quien comete tal acción, pierde el juego. También pierde el jugador o
jugadora que no lanza la piedra al cuadro adecuado, la deja sobre una de las
rayas o pisa una de estas. Además también solía
jugar a la Tula o al Pilla-Pilla.
Cuando
mi abuela era joven, no disponían ni de radio ni de televisión, ni siquiera de
periódicos. Por otra parte, leían muchos libros de religión que les prestaban
las monjas, los cuales tenían que tratar con mucho cuidado.
Ella
empezó a trabajar a la temprana edad de 13 años como sastra en Asturias, pues cosía
chaquetas y pantalones de varón, pero no de mujer. Esto fue debido a que su
cuñado era sastre y ella cosía para él. Estuvo en este oficio durante 14 años,
hasta los 27, debido a que después de casada todavía cosía. Por otro lado, a lo
largo de su vida ha trabajado y sigue trabajando como ama de casa, lo que le
impidió trabajar fuera de ella.
Se
casó a los 21 años, con mi abuelo Raúl García García. Al año y medio de casarse tuvo a su primer hijo,
Raúl García Sánchez. Llegó a tener siete hijos, tres niñas y cuatro niños. El
último lo tuvo bastante tarde, cuando ya tenía 40 años.
Estuvo
viviendo en diferentes lugares durante su juventud: Figaredo, Reicastro, y por
último, vino a Mieres, donde ya lleva viviendo 46 años. El hecho de que
cambiara tanto de localidad fue debido a que su marido, mi abuelo, trabajaba
fuera.
Lo
que recuerda con más cariño fueron los momentos en los que tuvo a sus hijos e
hijas. Aunque no lo parezca, ella no recuerda nada con odio. Esto es algo que me
alegra contar sobre mi abuela pues mucha gente se queja de lo que tiene en la
vida, sin embargo, ella siempre mira la parte positiva de todo lo que le pasa
por muy malo que parezca.
No
puedo contar cómo es ahora el pueblo en el que se crio mi abuela debido a que
yo nunca he ido y ella hace mucho tiempo que no va, por lo que no sabe cómo
está ahora. No obstante, sí os puedo hablar del cambio que ha tenido Figaredo.
Según me ha dicho mi abuela, este lugar ha perdido mucha población, hasta
llegar al punto de quedarse con poca gente. Por otra parte, sigue siendo un
sitio muy bello para visitar.
En
definitiva, la vida de antes no se parecía en nada a la de ahora, pues era muy
difícil que las mujeres no fuesen amas de casa, las familias eran muy
numerosas, los padres no conseguían dinero suficiente, la mayoría de la gente
vivía en condiciones precarias… Por otro lado, nuestras abuelas han conseguido
pasar esos tiempos tan duros y formar unas familias.
Paula Flores García. 2º de ESO
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