Esa fue una mañana lluviosa. Era
viernes 23 de mayo de 2004. Carlos se levantó, como todos los días, a las cinco
y media de la mañana y se preparaba para ir a trabajar. Siguió su rutina como
de costumbre: puso su cafetera y se fue a duchar mientras el olor amargo del
café llenaba toda la cocina. Se vistió, desayunó, lavó sus dientes y salió en
su coche rumbo al trabajo, trayecto que solía durar algo menos de dos horas.
María, una joven estudiante de
Magisterio aficionada a la música, se levantó a las seis y media de la mañana
para ir a la universidad. Ese día tenía el examen final, por lo que estaba algo
preocupada a pesar de haber estudiado y preparado el examen para aprobar sin
ningún problema. Sabía que su profesor era muy exigente y eso la ponía
nerviosa.
Como la mañana era lluviosa, eso
hacía el tráfico más intenso y los charcos mucho más abundantes. Eran sobre las
ocho menos diez. María estaba caminando por el andén con sus cascos y su música
a todo volumen cuando Carlos, apurado por su retraso, pasó por encima de un
charco mojando a María de la cabeza a los pies. Cuando Carlos se dio cuenta del
accidente que había causado, se detuvo y fue de inmediato a ver si ella estaba
bien, sin saber que en pocos segundos conocería a quien sería su compañera por
el resto de su vida.
Ángela Pastor Álvarez. 1º de Bachillerato.
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