Tras
hacerse una balsa con los restos del naufragio en el que había perdido finalmente
a todos sus compañeros, Ulises estuvo varios días a la deriva. Se alimentaba de
los peces que podía capturar y bebía agua de lluvia. Pese a todo esto, cayó exhausto
en un profundo sueño.
Se
despertó en una isla que no conocía. Tras andar varias horas encontró escondida
tras la maleza una cueva. Dio gracias a los dioses por encontrar refugio para
pasar la noche, pero cuando se adentró en ella, observó una luz al fondo. Sacó
su espada y comenzó a caminar hacia el destello y lo que se encontró fue a las
Moiras.
Ellas
le reconocieron con su único ojo y le alabaron por sus hazañas, pero había que
tener cuidado con ellas porque en cualquier momento Átropos podía cortar con
sus tijeras tu hebra de la vida. Ulises las intentó camelar para conseguir
información de su vida futura y saber si por fin encontraría a Penélope, su
amada.
Mientras
Cloto hilaba en su rueca la hebra de Ulises, Láquesis dejó de medir con su vara
y se apiadó del viajero. Le contó que Penélope, rota de amor, se había escapado
de Ítaca junto con su hijo Telémaco, pero que no había llegado muy lejos: estaban
atrapadas en la isla de Creta y eran prisioneros de Medusa.
Ulises
creía volverse loco, necesitaba salvar a su mujer e hijo, pero no encontraba
una solución, se encontraba solo en esa isla y necesitaba ayuda. Sus plegarias
fueron escuchadas por los dioses y Atenea vino en su auxilio. Le dio ánimos y
le dijo que Medusa era mortal, que tendría que luchar contra ella pero que si
la miraba a los ojos se convertiría en piedra.
Atenea le llevó a la ciudad
donde vivía y tenía su fragua Hefesto. Hablaron con él y este accedió a
forjarles las puntas de unas flechas para poder acabar con el monstruo de
Medusa.
Tras esto, se encontraron
con Artemisa y esta les entregó uno de sus mejores arcos. Ahora tendría que
proseguir el viaje él solo.
Tras días de travesía,
Ulises atracó en Creta y comenzó su viaje hacia Penélope. Entre las montañas y
oculto a los ojos del mundo, se hallaban las ruinas de lo que había sido un
fantástico palacio.
Ulises entró despacio,
cauteloso y vigilante. Se ocultaba entre las columnas derruidas, no se oía
nada. Pensó que le habían engañado, que su familia no se encontraba allí, que
su viaje había sido en vano. De pronto, un ruido le despertó de su amargura. Ayudándose
de la punta de la flecha, la cual brillaba como un cristal, Ulises observaba el reflejo que en ella se
daba. Allí vio a Medusa, era horrible y el ruido de las serpientes de su cabeza
era espeluznante.
Preparó el arco y la flecha,
respiró profundo y giró hacia Medusa. Pero el héroe, con la presión de tener
que rescatar a su familia, falló el tiro y Medusa no desaprovechó la
oportunidad y le miró a los ojos. Mientras Ulises se convertía en piedra, pudo
ver a Penélope y a Telémaco y una lágrima resbaló por su mejilla.
La espuma de una ola le mojó
la cara y Ulises despertó en su balsa; todo había sido un sueño fruto del
cansancio y del hambre. Comenzó a llorar
y entre las lágrimas vio a lo lejos una isla, había que ser fuerte y seguir
luchando. La imagen de su mujer y su hijo le dio fuerzas para continuar el
viaje.
Profesora: Noemí González
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