Aunque en Cuba
insistieran en llamarlo el Gallego Manolo, como a todos los españoles que por
décadas y siglos se habían asentado en la isla, siempre que podía el viejo
Manuel Mejido les aclaraba: “Asturiano. Soy asturiano”. Y no lo hacía porque
considerara que ser asturiano fuese mejor que ser gallego, o catalán o andaluz,
sino porque, a pesar de haber vivido tantos años lejos de su terruño, en cada
ocasión en que se le despertaba la nostalgia, sus recuerdos más ingobernables
reavivan la memoria de aquel pueblito asturiano donde había nacido y al cual,
algún día, algún día, regresaría para completar el ciclo de la vida. Porque
Manuel Mejido aspiraba a descansar en la misma tierra donde había nacido…
-¿Y lo consiguió? Abuelo, ¿lo logró?
-No seas ansiosa, todo a su debido
tiempo, solo he leído la primera hoja, está escrita por un tal Leonardo. Eso sí,
antes de seguir con la historia deberíamos preparar un poco de leche caliente
con galletas. ¿Qué te parece?
-¡Perfecto! Abuelo, ¿dónde
compraste ese libro?
-No lo compré, cariño, este libro lo escribió el propio Manuel Mejido.
-Así que existió.
-Claro, redactó este diario durante
su viaje desde Cuba hasta aquí, hasta Asturias.
-¿Y por qué lo tenemos nosotros?
-Pues verás, tu bisabuelo era muy
amigo de Manuel y este le entregó el libro poco antes de morir. De hecho, esta
historia que yo te voy a leer me la contaba todos los días el bisabuelo cuando
me iba ir a la cama.
Sonó el pitido del microondas, la
leche ya estaba caliente. Prepararon las galletas y se fueron al salón. El abuelo abrió el libro.
-Cariño, si hay algo que no entiendas,
me avisas, paro, y te lo explico. ¿De acuerdo?
-Claro, abuelo.
-Pues vamos allá. “Antes de
empezar, quiero agradecer a Enrique su grandiosa introducción. Ahora sí,
empecemos.
Primer día de mi travesía. Ya me
encuentro en La Habana. Solo cuento con doscientos pesos cubanos para realizar
el viaje, además de mi maleta con ropa y mis pastillas. Mi primer objetivo es
salir de Cuba lo más rápido posible, para ello me colaré en un barco que se dirige
a Miami. Ya he perdido mucho peso, el cáncer está haciendo mella en mi cuerpo,
pero lograré llegar a mi tierra.”
-Jolín, pobre. Espero que lo
consiga.
-Vamos a averiguarlo.
“Mientras espero a que llegue el
barco me vienen a la memoria recuerdos de Asturias. Mi madre y mi padre
atendiendo el ganado, era precioso.”
-Mira, abuelo, parece que estaba
llorando cuando escribió esto.
-¿Por qué lo dices?
-Porque hay pequeñas marcas de
gotas de agua que pueden ser lágrimas.
-¡Es verdad, eres igual de
observadora que tu padre! Sigamos.
“Ya estoy dentro del barco. Me
conseguí colar a través de la bodega. Espero que no se me haga muy largo el
viaje hasta Miami. Desde aquí puedo oír las conversaciones de la gente de
arriba. Ya me había acostumbrado al cubano, pero hay una palabra que me sigue
pareciendo igual de curiosa desde el primer día que la oí, comepinga.”
-Abuelo, ¿qué significa comepinga?
-Es un sinónimo de gilipollas.
-Vale.
-Perfecto, continuemos.
“Ya he llegado a Miami. Es una
ciudad bonita aunque no iguala a mi tierra ni por asomo. Estoy en el puerto
esperando un barco que me llevará a
Huelva. La señora que me vendió el billete me contó que la mayoría de gente es
española, así que me sentiré como en casa.”
-Mira, cariño, en el libro hay una
postal de Miami.
-¡Qué bonito!
-¿Seguimos?
-Claro, abuelo.
-Perfecto.
“Me encuentro en el puerto
dispuesto a coger el barco, la señora tenía razón, hay mucho español. Me siento
un poco mareado, pero es por el efecto de las pastillas, espero que el
movimiento de la marea no lo empeore. No sé cuánto durará el trayecto, pero lo
que sí sé es que se me hará larguísimo. Cuando llegue a Huelva, tendré que
buscar la manera de llegar a Mieres, mi Mieres.”
-Abuelo, ¿cuánto hay de Miami
hasta Huelva?
-Hay unos seis mil kilómetros.
-¡Ostras! Eso es mucho.
-Sí, sí que lo es. Continuemos.
“Ya estoy en mi camarote, lo
comparto con un hombre muy majo, se llama Ramón Antonio García Lázaro y va para
Asturias como yo. Me ha ofrecido la posibilidad de viajar con él y su hermano,
que le está esperando en Huelva. He accedido sin pensármelo; ¡qué mejor que
realizar esta travesía con un paisano de la tierrina!”
-Abuelo, ¡es el bisabuelo, es el
compañero de camarote de Manuel Mejido!
-Exacto, por eso el bisabuelo
tenía este libro.
-Continúa, abuelo.
-Vamos allá.
“Hace mucho que no escribo, pero
es que me siento muy débil, no sé si lo conseguiré. Estamos llegando al final
del viaje, ya veo Huelva en el horizonte. Ya me encuentro en el coche con Ramón
Antonio y su hermano. Ya no queda nada.”
-¡Lo va a conseguir! Sigue,
abuelo, quiero ver qué pasa.
“Ya estamos en el puerto de
Pajares, estoy emocionado: ¡por fin voy a regresar a mi tierra! Es la mejor sensación
que se pueda imaginar.”
-Fíjate, abuelo, aquí cambia la
letra.
-Sí, es la letra de tu bisabuelo.
-Lee, a ver qué pasa. ¡Qué nervios!
“Asturias es un paraíso que dibuja
la sonrisa a cualquier persona. Mi amigo Manuel venía desde un lugar muy
lejano, logró superar un largo viaje con un cáncer acechando su vida. La Parca
le dejó pisar por primera, y por última vez, en muchos años, su maravillosa
villa, Mieres, y se desvaneció, al igual que Argos al reconocer a su amo. Lo
único que me hace estar en paz es saber que Manuel murió feliz y que donde
quiera que esté, estará oliendo, viendo, escuchando y sintiendo a su tierrina,
Asturias.”
- Jolín, qué bonito.
-No llores, cariño. Manuel murió
donde él quería, en su casa, en su tierra, en su Asturias.
Paloma Labajos Pérez. 4º de
ESO
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