En 3º de ESO, debimos crear un final para este fragmento de El mundo perdido, de Arthur Conan Doyle:
Todavía hoy, cuando pienso en esa pesadilla, mi frente se cubre de sudor. ¿Qué podía hacer? Llevaba en la mano mi inútil escopeta. ¿Qué ayuda podía proporcionarme? Miré desesperadamente a mi alrededor en busca de una roca o de un árbol, pero estaba en un monte bajo donde no había nada más alto que un retoño de árbol joven; pero yo sabía que la fiera que venía tras de mí podía derribar un árbol adulto como si fuera una caña. Mi única posibilidad era la fuga. No podía moverme con rapidez en aquel terreno áspero y quebrado, pero al mirar a mi alrededor con desesperación vi una senda bien marcada y apisonada que cruzaba frente a mí. Durante nuestras exploraciones habíamos visto varias de la misma clase, labradas por el paso de los animales salvajes. Por ello podría quizá defenderme, porque era un corredor veloz y estaba en excelentes condiciones. Arrojando mi inútil escopeta, me lancé a una carrera de media milla como nunca la había hecho antes ni la he vuelto a hacer después.
Este es el final creado por Laura Fresco Magadán:
Corrí tan deprisa como me lo permitían mis piernas por aquel camino de terreno irregular y lleno de pequeñas piedras. Mis apresurados pasos resonaban con fuerza levantando nubes de polvo. Sentía a la bestia detrás de mí, moverse con rapidez, gruñir; intentando alcanzar a su presa, o sea, yo.
Mi respiración se fue convirtiendo en un continuo jadeo y empecé a sentir cómo unas gotas de sudor se deslizaban por mis sienes. Sofocado como estaba, me di cuenta enseguida de que no podía seguir corriendo, que tenía que elaborar un plan, o antes o después me atraparía.
Sin embargo, a la vez que pensaba cómo despistarla, me empecé a hacer preguntas. ¿Querría hacerme daño? ¿Acaso comerme? ¿O me perseguía por algo en concreto? El miedo me impedía pararme y enfrentarme a esa extraña bestia de enormes proporciones.
En mi huida me adentré en un oscuro y sombrío bosque de pinos y arces, seguí corriendo, no oía nada, tan solo el chasquido de las ramas al partirse bajo mis pies.
Me paré, la había despistado. Caminé adentrándome cada vez más en el corazón del bosque. Los árboles, altos como gigantes, no me dejaban divisar el cielo, tan solo unos débiles haces de luz me permitían ver. Me sentía perdido, seguí caminando sin rumbo fijo y finalmente desemboqué en un claro. Divisé un río de aguas transparentes, me arrodillé, me lavé la cara y bebí hasta sentirme saciado.
Una ráfaga de aire frío me puso la piel de gallina. El cielo, que antes estaba despejado, se cubrió de nubes negras que anunciaban lluvia. El sol, que antes iluminaba proporcionando luz y calor, brillaba ahora por su ausencia. Miré los árboles. Los altos arces estaban siendo carcomidos a gran velocidad y los pinos se secaban. El agua del río antes translúcida estaba ahora contaminada, peces muertos flotaban en su superficie. La hierba que estaba pisando tenía un color apagado nada relacionado con el verde brillante que antes poseía.
Un mundo perdido.
Oí un rugido, me volví. En la otra orilla la bestia emitía un lamento. Me quedé quieto, me sentía a salvo, porque el río era demasiado ancho para poder ser cruzado.
Entonces, la criatura desplegó unas enormes alas y agitándolas con fuerza voló hasta la orilla donde yo estaba. Me quede mirando sus ojos amarillos brillantes que me ojeaban de arriba abajo, tenía el cuerpo cubierto de pelo, vi cómo abría sus fauces repletas de afilados dientes. Cerré los ojos, sintiendo que se acercaba mi fin.
Emitiendo un chirrido el extraño ser habló:
-Devuélveme lo que has robado, lo que es de este lugar no te pertenece.
Abrí mi bandolera marrón y extraje cinco pequeñas semillas, las había cogido durante el viaje y me había olvidado de ellas completamente. Se las entregue.
-¿Solo eso? ¿Solo me perseguías por eso?- acerté a preguntar.
-También las flores, las ranas y las piedras.
Se las di también.
-¿Pero por qué…?- pregunté.
-No preguntes- me interrumpió- tan solo observa.
La bestia devolvió los elementos al lugar que les correspondía. Entonces el cielo poco a poco se fue despejando, el agua recobró su transparencia y los árboles se irguieron frondosos otra vez.
El mundo recuperado.
-Si te llevas algo que no es tuyo, todo lo demás se muere -explicó la criatura-. Yo soy la encargada de proteger este lugar de personas como tú, que meten sus manazas donde no deberían. Tu solo, podrías haber causado una catástrofe medioambiental -me acusó-. Ahora será mejor que te vayas y no vuelvas nunca por aquí. Yo te llevaré de vuelta a tu mundo.
El extraño ser abrió sus alas y me agarró con sus garras. Ascendimos por encima de las nubes, entonces me soltó. Sentí cómo caía.
En ese instante me desperté, pensando en ir a devolver unas semillas de especie protegida que había robado del bosque la semana anterior durante una excursión.
Corrí tan deprisa como me lo permitían mis piernas por aquel camino de terreno irregular y lleno de pequeñas piedras. Mis apresurados pasos resonaban con fuerza levantando nubes de polvo. Sentía a la bestia detrás de mí, moverse con rapidez, gruñir; intentando alcanzar a su presa, o sea, yo.
Mi respiración se fue convirtiendo en un continuo jadeo y empecé a sentir cómo unas gotas de sudor se deslizaban por mis sienes. Sofocado como estaba, me di cuenta enseguida de que no podía seguir corriendo, que tenía que elaborar un plan, o antes o después me atraparía.
Sin embargo, a la vez que pensaba cómo despistarla, me empecé a hacer preguntas. ¿Querría hacerme daño? ¿Acaso comerme? ¿O me perseguía por algo en concreto? El miedo me impedía pararme y enfrentarme a esa extraña bestia de enormes proporciones.
En mi huida me adentré en un oscuro y sombrío bosque de pinos y arces, seguí corriendo, no oía nada, tan solo el chasquido de las ramas al partirse bajo mis pies.
Me paré, la había despistado. Caminé adentrándome cada vez más en el corazón del bosque. Los árboles, altos como gigantes, no me dejaban divisar el cielo, tan solo unos débiles haces de luz me permitían ver. Me sentía perdido, seguí caminando sin rumbo fijo y finalmente desemboqué en un claro. Divisé un río de aguas transparentes, me arrodillé, me lavé la cara y bebí hasta sentirme saciado.
Una ráfaga de aire frío me puso la piel de gallina. El cielo, que antes estaba despejado, se cubrió de nubes negras que anunciaban lluvia. El sol, que antes iluminaba proporcionando luz y calor, brillaba ahora por su ausencia. Miré los árboles. Los altos arces estaban siendo carcomidos a gran velocidad y los pinos se secaban. El agua del río antes translúcida estaba ahora contaminada, peces muertos flotaban en su superficie. La hierba que estaba pisando tenía un color apagado nada relacionado con el verde brillante que antes poseía.
Un mundo perdido.
Oí un rugido, me volví. En la otra orilla la bestia emitía un lamento. Me quedé quieto, me sentía a salvo, porque el río era demasiado ancho para poder ser cruzado.
Entonces, la criatura desplegó unas enormes alas y agitándolas con fuerza voló hasta la orilla donde yo estaba. Me quede mirando sus ojos amarillos brillantes que me ojeaban de arriba abajo, tenía el cuerpo cubierto de pelo, vi cómo abría sus fauces repletas de afilados dientes. Cerré los ojos, sintiendo que se acercaba mi fin.
Emitiendo un chirrido el extraño ser habló:
-Devuélveme lo que has robado, lo que es de este lugar no te pertenece.
Abrí mi bandolera marrón y extraje cinco pequeñas semillas, las había cogido durante el viaje y me había olvidado de ellas completamente. Se las entregue.
-¿Solo eso? ¿Solo me perseguías por eso?- acerté a preguntar.
-También las flores, las ranas y las piedras.
Se las di también.
-¿Pero por qué…?- pregunté.
-No preguntes- me interrumpió- tan solo observa.
La bestia devolvió los elementos al lugar que les correspondía. Entonces el cielo poco a poco se fue despejando, el agua recobró su transparencia y los árboles se irguieron frondosos otra vez.
El mundo recuperado.
-Si te llevas algo que no es tuyo, todo lo demás se muere -explicó la criatura-. Yo soy la encargada de proteger este lugar de personas como tú, que meten sus manazas donde no deberían. Tu solo, podrías haber causado una catástrofe medioambiental -me acusó-. Ahora será mejor que te vayas y no vuelvas nunca por aquí. Yo te llevaré de vuelta a tu mundo.
El extraño ser abrió sus alas y me agarró con sus garras. Ascendimos por encima de las nubes, entonces me soltó. Sentí cómo caía.
En ese instante me desperté, pensando en ir a devolver unas semillas de especie protegida que había robado del bosque la semana anterior durante una excursión.
Y este es el final creado por Samuel Ruibal Rosón:
Pasó poco tiempo antes de que me fatigara, y entonces me dispuse a descansar, escondido tras un árbol disfrazado con extrañas y perfumeadas flores de color jazmín.
Ahora el paisaje era distinto, e incluso los sonidos que pasaron por mi mente mientras corría habían cambiado. A mi alrededor solo podía ver una tupida selva de gigantes, los cuales alzaban sus brazos al firmamento con actitud solemne. Alguno de ellos tenía a su alrededor un bosquecillo de flores coloreadas apasionadamente; otros, sólo tenían musgo y madera vieja a punto de morir. La visión era totalmente diferente si miraba hacia el lugar por donde había venido. A lo lejos se podía ver aquel monte bajo - aunque bien, ahora parecía una simple roca - pero no se encontraban señales de aquel joven árbol.
-¿Qué habría pasado? - Me pregunté en ese momento. Pero luego di con la solución a mi pregunta a la vez que un grito desgarrador apagaba el resto de ruidos y espantaba una bandada de aves gigantes.
Sin pensármelo dos veces, corrí entre los gigantes arbóreos y lo que era una selva llena de vida y alegría se convertía ante mis ojos en un bosque de oro, pues los pobladores de aquella tierra tenían un tronco ennegrecido y unas hojas doradas que deslumbraban cuando el sol las tocaba. Mis pies apenas rozaban el suelo, sólo se movían por órdenes que yo creía celestiales. Delante de mi iban pasando los minutos, además de todos aquellos árboles que, aunque extraños, eran preciosos, pues en ellos se reflejaban los días que tanto habían influido en mi cuerpo de leñador. Pronto empecé a notar otros sonidos aparte de aquel producido por mi querido amigo la bestia: las hojas se rompían cuando pisaba en ellas, los insectos hacían un ruido agudo parecido al grito de una princesa en apuros y se escuchaban trompetas a lo lejos, las cuales había seguido desde hace días.
En ese instante mi cuerpo dejó de responder a mi cabeza, pues seguía corriendo sin que yo se lo hubiera mandado, hasta que, por culpa del amargado destino, mis ojos se encontraron con una luz deslumbrante que me hizo perder el equilibrio y caer sin remedio alguno en un camastro de páginas amarillas.
Me desperté encima de una roca pringosa teñida de rojo. No sé cuánto tiempo había transcurrido entre mi infortunada caída y mi recuperación, ni siquiera podía adivinar dónde me encontraba y mis ojos no veían nada. Todo estaba sumido en una apacible y amistosa oscuridad, pues me arropaba y me incitaba al más profundo de los sueños. Cómo no, mis ojos se volvieron a cerrar, y mis pensamientos sobre aquel lugar se calmaron.
La luz atravesó mis párpados e hizo que me volviera a despertar. Ahora me encontraba de nuevo en aquel bosque dorado. La superficie en la que me encontraba era rugosa, y olía a muerte. Fue un instinto el mirar en lo que estaba sentado, y observé el cuerpo amarillento de una criatura gigantesca. Tenía heridas en la garganta y en los ojos, y podía observar que no eran heridas provocadas por animales salvajes, sino por gente civilizada, ya que había rastros de cortes profundos y armas, los cuales vi cuando me bajé de aquella temible bestia. Oí el sonido de unas trompetas y observé los alrededores. No parecía que hubiera ningún ser esperando a que me levantara y me relajé escuchando la canción que aquellos melódicos instrumentos estaban tocando.
Anocheció y entonces supe quiénes habían matado al monstruoso ser, y también supe quién era yo, cuál era mi destino, por qué Dios nos había abandonado en este lugar y cómo podríamos salir de él. Sin más dilación, caminé por un oscuro sendero, únicamente iluminado por la luna, hacia la libertad.
Ahora el paisaje era distinto, e incluso los sonidos que pasaron por mi mente mientras corría habían cambiado. A mi alrededor solo podía ver una tupida selva de gigantes, los cuales alzaban sus brazos al firmamento con actitud solemne. Alguno de ellos tenía a su alrededor un bosquecillo de flores coloreadas apasionadamente; otros, sólo tenían musgo y madera vieja a punto de morir. La visión era totalmente diferente si miraba hacia el lugar por donde había venido. A lo lejos se podía ver aquel monte bajo - aunque bien, ahora parecía una simple roca - pero no se encontraban señales de aquel joven árbol.
-¿Qué habría pasado? - Me pregunté en ese momento. Pero luego di con la solución a mi pregunta a la vez que un grito desgarrador apagaba el resto de ruidos y espantaba una bandada de aves gigantes.
Sin pensármelo dos veces, corrí entre los gigantes arbóreos y lo que era una selva llena de vida y alegría se convertía ante mis ojos en un bosque de oro, pues los pobladores de aquella tierra tenían un tronco ennegrecido y unas hojas doradas que deslumbraban cuando el sol las tocaba. Mis pies apenas rozaban el suelo, sólo se movían por órdenes que yo creía celestiales. Delante de mi iban pasando los minutos, además de todos aquellos árboles que, aunque extraños, eran preciosos, pues en ellos se reflejaban los días que tanto habían influido en mi cuerpo de leñador. Pronto empecé a notar otros sonidos aparte de aquel producido por mi querido amigo la bestia: las hojas se rompían cuando pisaba en ellas, los insectos hacían un ruido agudo parecido al grito de una princesa en apuros y se escuchaban trompetas a lo lejos, las cuales había seguido desde hace días.
En ese instante mi cuerpo dejó de responder a mi cabeza, pues seguía corriendo sin que yo se lo hubiera mandado, hasta que, por culpa del amargado destino, mis ojos se encontraron con una luz deslumbrante que me hizo perder el equilibrio y caer sin remedio alguno en un camastro de páginas amarillas.
Me desperté encima de una roca pringosa teñida de rojo. No sé cuánto tiempo había transcurrido entre mi infortunada caída y mi recuperación, ni siquiera podía adivinar dónde me encontraba y mis ojos no veían nada. Todo estaba sumido en una apacible y amistosa oscuridad, pues me arropaba y me incitaba al más profundo de los sueños. Cómo no, mis ojos se volvieron a cerrar, y mis pensamientos sobre aquel lugar se calmaron.
La luz atravesó mis párpados e hizo que me volviera a despertar. Ahora me encontraba de nuevo en aquel bosque dorado. La superficie en la que me encontraba era rugosa, y olía a muerte. Fue un instinto el mirar en lo que estaba sentado, y observé el cuerpo amarillento de una criatura gigantesca. Tenía heridas en la garganta y en los ojos, y podía observar que no eran heridas provocadas por animales salvajes, sino por gente civilizada, ya que había rastros de cortes profundos y armas, los cuales vi cuando me bajé de aquella temible bestia. Oí el sonido de unas trompetas y observé los alrededores. No parecía que hubiera ningún ser esperando a que me levantara y me relajé escuchando la canción que aquellos melódicos instrumentos estaban tocando.
Anocheció y entonces supe quiénes habían matado al monstruoso ser, y también supe quién era yo, cuál era mi destino, por qué Dios nos había abandonado en este lugar y cómo podríamos salir de él. Sin más dilación, caminé por un oscuro sendero, únicamente iluminado por la luna, hacia la libertad.
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