"LLa lengua nace con el pueblo; que vuelva a él, que se funda con él, porque el pueblo es el verdadero dueño de la lengua". Miguel Delibes a lengua nace con el pueblo; que vuelva a él, que se funda con él, porque el pueblo es el verdadero dueño de la lengua". Miguel Delibes

domingo, 9 de mayo de 2010

"El mundo perdido" Curso 2009-2010





En 3º A, debimos crear un final para este fragmento de El mundo perdido, de Arthur Conan Doyle:


Todavía hoy, cuando pienso en esa pesadilla, mi frente se cubre de sudor. ¿Qué podía hacer? Llevaba en la mano mi inútil escopeta. ¿Qué ayuda podía proporcionarme? Miré desesperadamente a mi alrededor en busca de una roca o de un árbol, pero estaba en un monte bajo donde no había nada más alto que un retoño de árbol joven; pero yo sabía que la fiera que venía tras de mí podía derribar un árbol adulto como si fuera una caña. Mi única posibilidad era la fuga. No podía moverme con rapidez en aquel terreno áspero y quebrado, pero al mirar a mi alrededor con desesperación vi una senda bien marcada y apisonada que cruzaba frente a mí. Durante nuestras exploraciones habíamos visto varias de la misma clase, labradas por el paso de los animales salvajes. Por ello podría quizá defenderme, porque era un corredor veloz y estaba en excelentes condiciones. Arrojando mi inútil escopeta, me lancé a una carrera de media milla como nunca la había hecho antes ni la he vuelto a hacer después.



Este es el final creado por Raquel Pérez Fernández:


Mientras corría, podía sentir a la bestia tras de mí cada vez más cerca. Era horrible, media unos siete metros, tenía una boca enorme de la que salían unos dientes muy largos. Su cuerpo era gigante pero sus piernas eran muy cortas lo que me permitía seguir vivo.
Todavía resonaban en mi cabeza las palabras que me había dicho el inspector horas antes de morir devorado por la bestia: “En ningún momento mires a esa bestia a los ojos, a ese monstruo, nunca”, y ¡cómo no! yo la miré y ella salió de su jaula con fuerza y empezó a perseguirme hasta ahora.
Tenía miedo, y estaba cansado y sudado. Había recorrido un montón de kilómetros escapando de Infierno, el nombre que le puse a la bestia. En ese momento recordé que mi hermano me había dicho que ella no sabía nadar y desde donde estaba vi un lago y su profundidad pues pude observar el letrero: era de diez metros. Yo corrí hacia allí, me lancé al agua con decisión y empecé a nadar hasta la otra orilla. Luego miré hacia atrás. La bestia ya no estaba. Sólo pude ver cómo unas burbujas salían del agua.



Y este es el final creado por Elena Menéndez Salvador:


Aunque corriera y corriera, podía oír el rugido de la bestia como si estuviera a mi lado. No sabía qué hacer, miré a derecha e izquierda y hacia delante y atrás con una mirada asustada.
Pero, de pronto, vi una especie de piedra muy extraña y brillante cual arco iris. La cogí y era pesada. De súbito, se abrió en dos y en ella traía escrito: “contraseña, por favor”. Busqué por unos cuantos lugares algún tipo de número o letra, con cuidado de que la bestia pudiera escuchar u oír alguna pista sobre mi paradero.
Unos minutos más tarde, encontré un lago precioso con todo tipo de plantas a su alrededor. En una de ellas (creo recordar que era la planta más rara que había visto en mi vida, puede que por ello me llamara tanto la atención) traía una especie de código con números y letras. El enigma era este: qwertyu . Pude descifrarlo debido a mis dotes de traductor de lenguas y cifras antiguas; decía: “viernes”.
Escribí “viernes” donde decía “contraseña” en la piedra y se abrió un compartimento con chicles de colores; en uno de ellos había una nota que decía: “Si mastica uno de estos chicles, se hará más grande y alto/a que una bestia”.
Al leer la frase “más grande y alto/a que una bestia” me decidí a masticarlo. Pasaron unos veinte minutos, y no pasaba nada, pero, de repente, algo me tocó el hombro, me di la vuelta y era la bestia.
En ese mismo instante comencé a crecer y a engordar como un pastel de arándanos mientras está en el horno. Mientras yo crecía, parecía que la bestia era cada vez más pequeña. Pero no se rindió. En sus garras sujetaba con fuerza mi inútil escopeta aunque la soltó al momento.
Al instante noté que algo se movía en mi bolsillo, miré dentro de él y descubrí un huevo enorme (aunque en esos momentos para mí era microscópico). La bestia, al ver esto, intentó subirse a mi bolsillo pero se lo impedí y le dije: “¿Es por esto por lo que me persigues?”. Ella asintió. “Toma”, le contesté dándole el huevo. La fiera se puso tan contenta que comenzó a abrazar el huevo y a sonreírme. Segundos después, un pequeño animalito asomaba la cabeza por encima del huevo.
En ese momento, me desperté con escalofríos, sudor y una sonrisa en la boca.

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