Existía una vez, muy lejos de aquí,
un mundo muy parecido al nuestro, pero a la vez muy diferente. Un mundo en el
que, por culpa de la contaminación, existía una bacteria que hacía que la
tierra se volviera estéril y, por lo tanto, no había prados, ni plantas, ni
flores ni árboles.
Tan solo quedaban las enormes
ciudades, con grandes rascacielos, cuya parte superior no se podía apreciar por
culpa de la densa nube de contaminación.
Desde pequeños, a los niños de ese
mundo les contaban historias sobre los árboles, las flores y los verdes prados
que antes existían. Pero la leyenda más popular era la del Último Árbol, que,
según decían, estaba escondido en una gruta que hasta ese día nadie había
podido encontrar.
Por desgracia, a ningún niño le interesaban ya esas
historias, puesto que estaban convencidos de que tanto ellos como sus elementos
eran inventados.
Pero a un niño sí que le interesaban esos viejos
cuentos de verdes prados y lo que más deseaba en el mundo era ver un árbol.
Y el niño creció, y continuó
teniendo su sueño de ver un árbol, así que decidió ir a buscar la gruta en la
que todos decían que estaba el Último Árbol.
Buscó la gruta durante mucho tiempo
y, cuando se iba a dar por vencido, encontró la entrada a una cueva. Se llevó
una gran sorpresa cuando entró y vio que
el suelo, en vez de ser gris o asfaltado, como siempre lo había visto,
era verde y estaba poblado de flores de todos los colores, que hasta ese día
nunca había visto.
Pero lo primero que le llamó la atención
fue algo de madera, color marrón, que se elevaba majestuoso hacia el techo de
la cueva, con hojas verdes en la parte superior que acababa de florecer y que
estaba al lado de un río de aguas cristalinas.
Inmediatamente se dio cuenta de que
estaba frente al Último Árbol. Se acercó y, al tocarlo, un viento extraño se
levantó, arrastrando al chico fuera de la cueva, junto con un curioso polvo
verde.
Entonces, se dio cuenta de que
estaba volando y contempló cómo el polvo verde caía sobre el suelo gris, que
inmediatamente se hizo verde, del que salieron flores. Los ríos, antes
contaminados, ahora volvían a estar cristalinos. La nube de contaminación
desapareció, y el Sol volvió a brillar de nuevo, alto, en el cielo azul. Pero
lo que más le gustó al chico fue que, de ese suelo verde, ahora brotaban un
montón de árboles, de todos los tamaños y formas.
El viento lo dejó en su ciudad,
desde donde se podía apreciar el hermoso paisaje.
Y desde ese día, la gente de ese
mundo procuró cuidar más su planeta, porque ahora el color y la alegría habían
vuelto para darles una segunda oportunidad.
Y porque por nada del mundo querrían
que su planeta volviera a ser gris.
Andrea Fernández Fernández. 2º de ESO
Felicidades Andrea. Es muy fácil hablar pero muy difícil escribir y escribir bien más dificil todavía. Contar historias es un arte y tú demuestras hacerlo bien en este relato. Adelante
ResponderEliminarBlanca
Hemos leído tu historia Andrea y nos ha gustado mucho. Cuando sea mayor se la leeremos a Miguel. Mucho ánimo para seguir escribiendo.
ResponderEliminarRubén y Montse