Lo que voy a contar ahora fue una propia historia de
supervivencia. Bueno, para poner en situación, hace tres años me fui de
vacaciones a una aldea del Amazonas. Estuve realizando diversas actividades:
primero, fui en tirolina con los habitantes de la aldea; luego, paseamos a lo largo del río en canoa, nos bañamos en
él y localicé algunos peces aterradoramente grandes.
Los habitantes de la isla no hablaban mi idioma y
cariñosamente me llamaban “Kewui”.
Como final atracción turística, nos propusieron una
vuelta en una vieja avioneta, algo destartalada y sucia. En un principio, me
pareció una bonita idea ver desde los cielos el enorme río Amazonas.
Nos subimos en total tres personas y el piloto. El
señor era moreno de piel, de pelo largo y descuidado, con una gran barriga. A
medida que se escuchaba gemir el motor, daba algo de mala espina pero no nos
preocupamos mucho ya que las vistas desde allí arriba eran espectaculares, todo
era verde y atravesaba de punta a punta el río.
El piloto nos propuso una actividad un tanto
vertiginosa: nos dijo que tenía un par de paracaídas atrás por si queríamos
saltar y sentir más fuerte el viento. Era mi último día allí y yo fui el único
que se atrevió. Me puse el paracaídas y salté.
Cuando bajaba, escuché un gran ruido, como una
explosión. Miré y era la avioneta: se había incendiado el motor. Se aproximaba
al suelo con gran rapidez y finalmente se estrelló contra un enorme árbol. El
viento iba en dirección contraria y acabé en la otra punta de la isla. “Ahora, cómo
sobreviviré –pensé- si la gente de la aldea tardarían días en encontrar la
avioneta y me darían por muerto o pensarían que mi cadáver se habría
desintegrado.”
Después de reflexionar durante treinta minutos y
estar llorando otra media hora, decidí caminar por el frondoso bosque y seguir
la corriente del río hasta encontrar la civilización.
Sin embargo, tras dos horas caminando a la vera del
río, no encontré nada, solo bebí un poco de agua en mal estado. Las siguientes
cuatro horas las pasé lanzando piedras al río y pensando qué hacer.
Tras un rato, decidí caminar otra hora. A lo lejos,
escuché el ruido del fuego. Pensé: “estoy salvado”. Pero al acercarme vi que
era la avioneta ardiendo en llamas. En ese momento empezó a llover y a oscurecer,
construí de mala forma un refugio pero al cabo de quince minutos, cedió por la
lluvia. Finalmente me refugié en los escombros de la avioneta.
Creo que me pasé sin moverme de allí unos tres días.
Estaba delgaducho, con la boca seca y deshidratado.
Yo pensaba que esa ya sería mi última noche. Me puse
a dormir cuando, de la nada, escuché un altavoz: “Kewui”. Me levanté como pude
de entre los escombros, vi un helicóptero con un gran foco iluminando los
restos de la avioneta. Yo cogí unas ramas para que me vieran.
Creo que me desmayé en ese momento. Lo último que
recuerdo es a mí mismo finalmente en el hospital.
Jose Manuel
Argüelles Sáez. 2º de ESO
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