Diferente hubiera sido el mundo, la historia y la
humanidad si en el s. V a. C. alguien se hubiera percatado del mensaje que
Sófocles, a través de la gran Antígona, nos quería transmitir: No nací para compartir el odio sino el amor.
Qué sentencia tan hermosa y a la vez tan simple para llevar a cabo.
¿Por qué si el odio duele y el amor agrada nos
empeñamos en hacernos daño los unos a los otros? Familias separadas, amistades
rotas, vidas destrozadas y, sin embargo, parece que con eso nos sentimos más
satisfechos. Es infinitamente más fácil amar pero los humanos, el animal
miedoso y acomplejado por excelencia, tememos ser heridos y humillados. Creemos
que el poder alivia estos temores por lo que comenzamos a odiar y a compartir
este sentimiento con el único objetivo de que los demás se sientan amenazados y
así conseguir dominarlos.
¡Qué seres tan básicos! Siglo tras siglo y aún no nos
hemos dado cuenta de que el amor es la única fuerza capaz de darnos el poder
que tanto ansiamos para sentirnos seguros y protegidos. ¿Hay algo más grande
que un amigo o un hermano? Mi respuesta es “no”. De todas formas, aún no sé
cómo perdonar así que es posible que lo que tanto detesto ya se haya arraigado
dentro de mí, ¿verdad?
Sara Vera Kozel Álvarez. 1º de Bachillerato.
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