Mi bisabuelo materno se
llamaba Belarmino. Cuando comenzó la guerra civil, tenía 25 años y se fue a
luchar en el bando republicano.
Según mi abuelo, del tema
de la guerra no le gustaba hablar nada. Había muchas cosas que quería olvidar y
no podía.
A lo largo de la guerra,
mi bisabuelo llegó a ser teniente y le destinaron a la zona de Grao. En una
ocasión, cogieron a unos soldados del bando nacional para matarlos pero mi
bisabuelo se negó, ante todo era un hombre justo. Los apresaron, los llevaron a
sus superiores y los mandaron a la cárcel pero no los mataron.
El bando nacional iba
ganando la guerra y los republicanos tenían que esconderse para que no los
mataran. Mi bisabuelo huyó al monte y allí permaneció escondido tiempo pero le
capturaron. No lo mataron pero lo llevaron a la cárcel y le condenaron a morir
fusilado. Sin embargo, la vida le deparaba una sorpresa: uno de los hombres del
bando nacional que él había salvado era capitán y reconoció a mi bisabuelo.
Gracias a él, no lo fusilaron, y al final, acabó saliendo de la cárcel.
Con esta historia aprendí
que la guerra no tiene sentido, los ideales hay que defenderlos de otra manera.
En ocasiones, a quien consideras tu enemigo puede salvarte la vida porque hay
gente buena y mala en todos los sitios. No todo es blanco y negro, hay más
colores.
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